Cristina Victoria Meliá Roger. Valencia, España. 1970.
Escribo poesía desde mi adolescencia y aunque tengo temporadas de silencio, escribo con regularidad.
Con 18 años conozco al crítico literario Ricardo Llopesa que me introduce en el ambiente poético de la ciudad de Valencia formando parte como poetisa de algunas lecturas poéticas. Al poco tiempo, también formo parte de la Asociación Valenciana de Arte y Pensamiento (AVARPE) donde sus miembros no solo éramos escritores, sino también pintores, músicos, periodistas… etc.
Poco más tarde dejo Valencia y me traslado a Sagunto donde actualmente resido. En 2016 decido abrir una cuenta en Instagram donde voy publicando todos mis poemas: @ailem70.
Años más tarde abro una segunda cuenta en la misma plataforma: @ailem__70.
Las dos cuentas son libres y cualquier persona que quiera leer mis poemas puede hacerlo.
Estoy mucho más operativa en la primera cuenta.
Tengo un libro de poesía publicado que lleva por título “Hotel sin instancia” y con él se inicia la Colección de Poesía La torre de Papel de Ediciones OJUEBUEY.
***
FLORES TIERNAS
Os acompañan las flores tiernas
de los tiernos recuerdos
y vuestras almas se confunden
entonces con las nuestras.
Regresáis.
Hijos pródigos, espectros añorados.
Desde los cielos del jardín del Universo
caéis iluminados de estrellas.
Desvanecidos,
entre la gravedad de La Tierra,
abrazados por nuestros corazones,
os recibimos
y, magnetizados,
nos unimos entre el aroma de la vida
y el olor de la muerte.
Os recordamos
en el tiempo eterno con la ternura de las flores.
Sagunto. Noviembre, 2012.
***
REFLEJOS
Mientras los recuerdos perduren
como el resplandor que otorga el polvo
cubriendo una tela antigua.
Mientras cada olor encierre una imagen
y delire un silencio intenso
que acaricie, como velos,
el enigma de los lugares vacíos.
Mientras la memoria inspire materia
y expire un aliento viejo que penetre
en las múltiples heridas de la vida,
sólo entonces, como una yegua salvaje,
la lejanía galopará por mis manos.
Valencia, 1990.
***
CAÍDA LIBRE
A estas alturas,
ya no puedo quejarme del frío.
El hielo aterciopelado
crece en mi piel como el moho.
Tan solo queda
una brisa de cordura.
Un ligero eco tiritante y lejano.
Un escalofrío de miedo herido y vendado.
Un temblor paralítico
en el centro del corazón.
A estas alturas,
la cima del olvido ha corrompido
la ternura del oxígeno.
En el vientre del abismo,
el aliento,
es un dios congelado en la distancia.
A estas alturas.
Cuando el ascenso
me persigue,
me alcanza
y me devora,
soy morfina en la sangre del tiempo.
Sagunto. Octubre, 2017.