“Una calle pequeña” un relato de Atalanta

Siempre me he preguntado cómo será vivir en la esquina que veo desde la ventana de mi cuarto. 

Por la noche solo hay gatos. Acuden desde todas partes, o lo mismo están todos haciendo cola a la vuelta de la esquina, o frente a ella. El campo de visión es limitado desde mi ventana. Cuando llegan se colocan en columnas e interpretan al unísono una melodía triste. La primera vez pensé que eran los niños de la guardería en la que trabajé durante años. Esos bebes regordetes que lloraban tanto. Luego los vi, eran gatos famélicos. 

Se comen todo lo que deja Benjamín, el vagabundo que habita en la esquina durante el día. 

Benjamín Perea, estaba entre los candidatos a vagabundo de esta calle y de otras dos. En su curriculum venía una foto. Era guapo. Ahora apenas se le ve la cara. Con esa barba y ese pelo largo parece mucho más mayor, pero es lo que pide su oficio. 

Mi calle es bastante nueva, nació de la remodelación del barrio.  En cuanto estuvo acabada empezaron a reclutar gente. Una calle solitaria no sirve para nada. También contrataron a un vagabundo de noche, se llamaba Juan Loreña. Nada que ver con Benjamín. Juan era contrahecho, además de pelirrojo y bizco, mucho menos vistoso que su colega. Llegaba siempre a la caída de la tarde, un minuto después de que se fuera Benjamín. Nunca coincidían.

Benjamín tenía un carrito del Ikea, de los grandes; Juan era pobre, lo llevaba todo a cuestas, colchón, manta, bota de vino.  

Yo le envidiaba porque podía ver la luna, desde mi ventana no se ve. Se lo llevaron hace un par de semanas, creo que muerto. Desde que no está los gatos campan a sus anchas. Para mí que lo mató el viento, a veces es tan fuerte que se lleva las cosas o las trae.  A Juan le trajo un trozo de farola que le abrió la cabeza. Menos mal que la farola era de otra calle, en la nuestra hay dos farolas, una que ilumina la esquina por la izquierda y otra por la derecha. Veo su reflejo por la noche, y están las dos en su sitio.

Casi en la esquina hay una panadería. La panadera se llama Elvira, no recuerdo el apellido, si me acuerdo de que es de Segovia, por el acueducto y por los romanos, me gusta mucho lo que he leído del emperador Constantino.  

En el curriculum de Elvira decía que era una estupenda repostera. Como esta calle es sencilla solo le permiten hacer pan. Eso no le ha impedido que desarrolle su creatividad y haga panes de infinidad de tamaños y formas con todo tipo de harinas. A mí solo me dan pan integral con forma de ratón, ni que fuera un gato como esos de ahí afuera. 

Elvira es una mujer alegre, lo sé porque siempre lleva una flor en el pelo. Además, la reja que protege su panadería es rosa, no sabe que los niños aprovechan para pegar en ella los chicles. Creo que está enamorada de Benjamín, aunque tiene marido, un bigardo de dos por dos que a veces la recoge cuando cierra.

Todas las mañanas, disimuladamente, deja una bolsa colgada de la reja que Benjamín recoge. Siempre hay dos piezas de pan, una de pan blanco y otra de pan negro, generalmente con forma de oso.

Hace un par de días apareció en la pared, al lado de la panadería, un dibujo de dos corazones entrelazados, uno contenía una “B” en azul y el otro una “E” en rojo. No pude ver quien lo pintó, fue mientras dormía. Es el único momento en el que no observo la esquina. ¿Y si lo hizo Benjamín? Puede que él también ame a Elvira. Estoy segura de que ella cree que fue él, por eso hoy ha traído una rosa prendida en el pelo, que luego ha metido en la bolsa del pan, cruzada en un corazón de pan de semillas. 

Menuda creída la panadera, a lo mejor la “E” de la pared es de Eloísa. Creo que Benjamín sabe que estoy en la ventana, aunque no pueda verme desde fuera.

 No debí dejarme convencer, tuve que presentarme al puesto de panadera, no al de loca. Habría aprendido a hacer pan, todo se aprende con voluntad.

A ver si el viento trae otra farola para la cabecita de Elvira.

Atalanta

He querido ser un pájaro, un árbol, el viento, la lluvia, el rayo, el mar, el azul. Cuando escribo soy todo eso porque escribir es soñar despierto y te permite vivir mil vidas. Coordino el Club de Relato en Irredimibles.

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