Jael E. L.
Poéticamente apátrida. Prófugo de la imagen del poeta como elemento sustancial de la obra,
y de todo concepto que se presente como limítrofe.
Creo que la poesía debe habitarse desde el desarraigo, despojarla del yo, incluso cuando hablamos de nosotros.
En este viaje, espero y creo firmemente, sin final, busco abarcar y ser abarcado por todo el espectro poético existente, tanto en épocas como en autores y estilos.
Habitar en, por y para la poesía, sin duda como hecho multidireccional y sin retorno (afortunadamente) desde donde aprendo a mirar en y a través, y a sostener quizá, lo incomprensible del mundo.
l d e s h o j e s Abstraerse del mundo Inhabitarlo Deshabitarse Dejarse blandir por el tiempo en un resquicio del verde Con la consciencia del árbol Como sus hojas varadas tras la voz de los pájaros Como lo bello antes del hambre Como el dolor antes del clavo.
II a n h e l a n z a Voy a encontrarme con la tarde, incierto y extraviado como su rostro. Voy a presumir de su furia desnudando mi contorno –todo suyo–, de su caminar lento desdiciendo mi boca, de su acariciar sonoro en mi silencio. Voy a robarle un último beso antes que duerma y me olvide, justo antes de ser noche en su textura más blanca, justo antes de lo eterno que es guardarla dentro, clavada y yo agónico en sus cruces en ese irse de bosque y de fuego. Quizá ella me presuma sin abrir la voz, sin revelar su boca crujiente de mayo y me guarde a la izquierda del crepúsculo. Y en su tez anaranjada quizá, hile una patria y bajo el sol sobre sus hombros, un paseo, un poema como onírico antojo en el espasmo de quien llega a tiempo al caer la tarde de esos ojos. [La boca besa y se guarda dos veces] «¡Hasta siempre!» Exclama, antes de untarse a la noche.
III n o e x p í o Digamos que he muerto ayer, y no paso de saberme en un insano y relente hoy. No. Mejor digamos que me he matado y sigo aquí, porque nadie muere sino que se mata, y yo lo hice dos veces. Pero la muerte me exculpa, me repele y devuelve hasta el Yo más calcáreo, hasta el nervio satírico del tiempo. O aun mejor, digamos que maté a dos en lugar de a uno, y aquí estoy, sin mí, sin cadáver como ofrenda a esos cuerpos que no lanzan piedras. Saben que muero. Saben que he muerto y no vale un murmullo la voz sin su boca. O digamos que, por un instante, permanezco, pero no quiero, no debo, porque ayer morí. Porque me maté. Porque jugué a ser dios. Y Nada quedo. Leve sombra sin cuerpo. Un vacío llenándose de sí.
IV p e r o e s o t o ñ o Pero tus ojos, tus ojos nuevos copulando como orquídeas en la hierba. ¿Qué estación será en tu vientre, cuando al besar, me hagas tú el silencio y brote floral de las palabras? Tararea mi lengua tu voz y arrancas de la piel su halo, agitada y melódica, plantando tus frutos en mi boca y en las manos tu borde gaudiano y en el cuello una vendimia y en la voz desesperada, tu nombre.
V c o n t e n c i ó n Y todas estas sombras soterrando a las bestias de un epicentro extenso a cubierto de una voz que se les parezca Y la tardanza y su amnesia escarbando como nervio infatigable la herida del silencio son las que han huido de sus lenguas degradándose en la herrumbre y las encuentro y las renombro y las acuno en estrofas de carne y memoria hasta oír otra voz que no se parezca a la noche.
En el Club Poético de Irredimibles se dan cita poetas inéditos, poetas publicados, poetas amateur, poetas noveles, poetas profesionales, rapsodas y quienes se acerquen al mundo de la lírica en cualquier formato de la mano de Victoriano Campo y Laura Márquez.