¿A qué nos referimos cuando hablamos del Mal del siglo? Esta expresión, mejor conocida como Mal du siècle, fue acuñada en 1833, en pleno Romanticismo, por el reputado crítico literario francés Charles Augustin Sainte-Beuve en el prefacio de la segunda edición francesa de la obra Obermann, de Étienne Pivert de Senancour, y se popularizó con la novela autobiográfica La confession d’un enfant du siècle, de Alfred de Musset, publicada en 1836.

Para descubrir su significado tenemos que remontarnos a la Revolución Francesa, los contemporáneos de la cual son los herederos del Siglo de las Luces y cuyo nacimiento brutal en la historia ocurre con la muerte de la patria. Se trata de una actualización histórica puntual de todo el proceso de laicización racionalista o de humanización que viene dándose en Occidente desde el Renacimiento y que alcanza su momento álgido a lo largo del siglo XVIII con la toma de consciencia de la trascendencia inherente (inmanencia ontológica) del hombre: el hombre fundamenta, o lo intenta, en libertad, un ser como esencia psicobiológica y como existencia histórico-social. Al principio gozosa con la conquista de una libertad que se cree posible, y precaria con el paso de los años al ir convirtiéndose la libertad en experiencia de una soledad metafísica.

 El hombre moderno, problemático, se sitúa en el cambio que se produce con el advenimiento de la ideología económica burguesa: el hombre de calidad, juzgado y apreciado en función de su valor intrínseco, por lo que es, dará paso al hombre económico, juzgado y apreciado por su valor de producción, por lo que produce y tiene. Esta realidad histórica, hija de la Revolución (que inaugura, pero no cumple, el devenir de la esperanza histórica ya que el hombre nuevo es incapaz de asumir este momento determinado de la historia), fundamenta la crisis romántica del yo, frente a la degradación de los valores que la pervivencia del hombre de calidad, refugiado en el pensador y en el artista, no puede asumir, convirtiéndose en una fuerza, en una pasión sin objeto.      

El Mal del siglo, entonces, se trata no solamente de una “enfermedad” de origen social, problema de una generación perdida, sino que tiene también una base ontológica ligada a la pérdida de la religio, pérdida que aún no ha sido compensada ni cósmica, ni biológica, ni histórica, ni socialmente; ahora bien, esta base ontológica sin su plasmación social no hubiera accedido de la categoría de conflicto doméstico a la categoría de conflicto histórico.

Se establece una línea de tensión, de búsqueda, orientada hacia dos polos o metas problemáticas: una trascendencia metafísica y una trascendencia histórica, pero implica también la consciencia, en dicha búsqueda, de una carencia y de un posible fracaso.

Alfred de Musset atribuyó esta “enfermedad” a la pérdida de Napoleón Bonaparte. No obstante, a pesar de haberse gestado durante la Revolución Francesa, impregna a las generaciones que vieron a Napoleón como heredero y usurpador de esta al mismo tiempo (recordemos que se autoproclamó emperador de Francia en 1804), y repetida en 1830 y 1848, antes de ser una conquista problemática de la libertad, fue ruptura, sobresalto y, sobre todo, muerte.

El hombre post-revolucionario, en la muerte del padre (Rey y Dios), y de la madre (Patria e Iglesia) es el huérfano por excelencia. La vida es ensoñada como carencia y ausencia, la existencia se constituye en itinerancia a la búsqueda de cualquier espacio que pueda así configurarse substituto del espacio de la paternidad-maternidad. Si no se puede vivir la historia, solo se podrá convertir en elegía, en lamento, en brama sin objeto, la experiencia de su carencia, de su pérdida: la nostalgia de un retorno imposible porque no existe punto al que retornar. La necesidad de asumir los espacios nuevos, el futuro, la formación intelectual la podría aceptar, pero que una consciencia profunda no puede asumir aún. Lo que deviene en una exclusión voluntaria y estéril. Rechazo y muerte del pasado, rechazo y olvido del presente y del futuro, rechazo y muerte de todos los espacios del yo. Por estos motivos, las obras y los personajes que protagonizan la literatura de esta etapa se caracterizan por la melancolía, la apatía, la desolación y el desapego de la vida, y los temas negativos de la ensoñación romántica se basan en la ruina como decadencia de la obra natural y de la obra del hombre, los fenómenos naturales que pueden significar precariedad y desarraigo y la ausencia de Dios.

Hay diferentes palabras que engloban el sentimiento general del llamado Mal del siglo: una de ellas es Ennui, con sus equivalentes en otras lenguas como son spleen y Weltschmerz. Se trata de vocablos de uso habitual en el siglo XIX sin equivalencia posible en castellano que manifiestan un malestar existencial agudo y, al mismo tiempo, de origen indefinidorelacionado con la crisis de las creencias tradicionales, la pujanza del pensamiento científico y las rigurosas condiciones de vida impuestas, como se ha mencionado más arriba, por el sistema capitalista-burgués, con su ascetismo y su pragmatismo. En castellano se ha traducido en general como tedio (de la vida)y/o hastío. Otro vocablo es vague des passions (“pasión sin objeto”), que vendría a ser una repugnancia de la vida en una época en la que el corazón rebosa de las más bellas pasiones. El joven civilizado se vuelve habile sans expérience (“hábil sin experiencia”), ya que puede aprehender los sentimientos humanos mediante los libros y no mediante la vida. Desencantado, ve que el fuego de las pasiones se apaga antes de que haya podido encenderse.

Con diferencias substanciales, la época que vivimos actualmente, principios del siglo XXI en España, tiene ecos de esos primeros decenios del siglo XIX entre muchos jóvenes urbanitas que rondan ahora los 30 años de edad, especialmente a lo que sentimientos y emociones se refiere: personas con formación académica superior pero con trabajos temporales y sueldos bajos (eso si tienen empleo) conjugado con alquileres a precios desorbitados que impiden a estos jóvenes independizarse y vivir como personas adultas sin verse obligados a prolongar la adolescencia ad aeternum, compararse con las generación anterior que a esta edad ya disfrutaba de una familia propia y cierta trayectoria profesional, una sociedad individualista, descubrir que las cosas no se consiguen con esfuerzo ni dedicación, la crisis climática, pandemias, guerras, la crisis espiritual y lo peor de todo, la cronificación de esta situación y la reivindicación activa de sus derechos, que siempre parecen caer en saco roto entre políticos de diferente índole, ha generado entre ellos una sensación de impotencia, falta de perspectivas y desesperanza.

REFERENCIAS:

Cairol, E. (2010). Nota 4. Obermann (pp. 757-758). Oviedo, España: KRK Ediciones.

Martínez, P. & del Prado, J. (2018). Introducción. René. Atala (pp. 16-20, 44, 58, 70, 71, 73). Madrid, España: Ediciones Cátedra (Grupo Anaya S.A.)

Eduard Farrás aborda el tema del hastío existencial en su libro de prosa poética “Mal de Siglo: Un paseo histórico ficticio” (Ole Libros, 2023)


Eduard Farràs (Barcelona, 1987)

Se dedica profesionalmente a la botánica y a la difusión de los valores de la biodiversidad a través del blog floraornamentaldebarcelona.com, es actor de teatro amateur y bailarín de Locking. Algunos de sus poemas están incluidos en las antologías UniVersos que freCuento (Hijos del Hule, 2021) y en CuentoVersias (Hijos del Hule, 2022).

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