Era nuestro último día de estudios. Siempre conducíamos borrachos, yo era el que estaba más sobrio esa noche.  Iba bien, pero llovía, teníamos la música demasiado alta, ellos gritando adentro, el hueco en el badén y el coche que venía en dirección contraria.

***

Paredes verde hospital reemplazan las de mi habitación y además estoy rodeado de gente.  Mi madre, mi padre y un policía escrutan la cama buscando adivinar mi postura. No entiendo por qué tengo que declarar. Me siento drogado y me duele mucho el tobillo izquierdo. Hago un esfuerzo por sacarlo de la cama y tardo en entender que alguien ha separado una parte de mi cuerpo mientras estuve inconsciente. Miro a mi madre: 

—Por lo menos, pudieron salvarte la pierna —dice ella como respuesta a mi mirada. Después sonríe.

Vuelvo a mirar al vacío que antes ocupaba mi pie y pienso «soy un cojo». El policía me pregunta un montón de incoherencias y al final dice «tiene suerte de que no presenten cargos». ¿Cargos?, ¿quiénes? Y ¿por qué? Mis padres fijan sus ojos en el suelo y responden que debo descansar.

***

Ha llegado un enfermo a la cama de al lado: ruido para el cuarto y parientes fisgones. Me había acostumbrado al eco de la habitación. Estos días solo simularon un retiro. Por suerte no me quedaré mucho tiempo más. Mamá dice que me darán el alta hoy o mañana y nos iremos directo al pueblo a pasar el verano. Papá está arreglando las cosas en casa y ella va a hablar con el doctor.  Apenas estamos comenzando julio. No puedo imaginar qué demonios voy a hacer en Chinchón hasta septiembre. Y, para más inri, cojo.

—¿Eres el del choque?

—¿El del choque?,¿soy famoso?

—Escuché de ti en el pasillo. Las enfermeras son unas cotillas, ¿sabes?

—¿Y qué dicen?

—Cosas.

—¿Cómo qué?

—Bueno, la gente habla.

—¿Y qué dicen?

—Que tienes suerte de no ir a la cárcel.

—¿Cómo?

—Eres el único superviviente.

—…

—¿Hola?,¿no lo sabías?

No. No lo sabía. 

***

El trayecto al pueblo transcurre en silencio. Creo que a ratos mis padres me hacen preguntas. No respondo, yo solo quiero ser un perro manso: asentir y echarme en el asiento trasero; pero me quedo sentadito, con el cinturón bien puesto protegiendo mi corazón. 

Mis padres quieren poner música, yo niego con un gesto. El coro de Fridays i’m in love se repite una y otra vez en mi cabeza, mezclado con las risas de ellos.  Meto la mano debajo de mi camisa y me toco el pecho. Aquí adentro algo sigue bombeando, aunque no lo siento.

***

La abuela, con su olor a cocido casero, me abraza y llora. Yo también quiero llorar, pero no tengo lágrimas. Quiero hablar, pero no tengo nada que decir. 

Una manada de perros callejeros sale de la casa y nos olisquea. Alguno me observa desde la distancia, con la cola gacha, cuando muevo las muletas. No reconozco a ninguno, aunque tampoco hace falta reconocerlos para estar seguro de que son del refugio donde mi abuela es voluntaria. 

—Les cogerás cariño —dice ella. Un chucho atigrado me mira atento. Yo observo a mis padres, como otro perro más, esperando confirmación para apartarme. Me quiero ir a la habitación a sudar y a desear que venga un tornado y me saque volando de aquí. Algo. 

—Puedes irte a descansar. Mañana, después de desayunar, daremos un paseo —dice mi mamá.

Asiento. Lo que sea, pero dejarme. Voy a mi habitación y el chucho atigrado me sigue.

***

Qué inútil ir al mercado cuando no puedo cargar ninguna bolsa, nada. Ni siquiera me sostengo bien con estos palos. Mamá va hablando. Creo que a ratos hasta me pregunta cosas. No lo sé. No presto atención. Me siento como un monstruo de feria en su ronda: el asesino cojo. Me pregunto cuándo comenzarán a lanzarme tomates. 

***

—Desde que se enteró de la muerte de sus amigos no habla. 

—Deberíamos llamar a un psicólogo.

—Iros tranquilos y dejádmelo a mí. La rutina le ayudará.

Ahí están de nuevo cuchicheando a mis espaldas con esa necesidad de resolverlo todo. Yo miro el vacío donde antes estaba mi pie, los recuerdo a ellos cantando en el coche y pienso que no hay solución. Entonces me tiendo boca arriba y quisiera que todas las arañas que mi abuela finge matar por las mañanas, todas esas arañas fueran capaces de bajar y tejerme un pie más flexible o de resucitar a mis amigos. 

***

De nuevo el mercado para la exhibición de mis taras. Estoy deseando que mi madre vuelva a la ciudad y me deje un poquito en paz. Por las tardes, he de sentarme a ayudar a la abuela. Hoy, toca pelar patatas. Ella me habla de la postguerra, de los hermanos que se le murieron antes de cumplir los diez y otras desgracias. Yo me concentro en el pelador y en las patatas. Pone la radio y levanto la mirada. Ella la vuelve a apagar.

***

Hoy no quedarán arañas que me cosan la herida. Aquí viene de nuevo la abuela con la escoba y con el mismo discurso: hay que eliminar los bichos y abrir las ventanas, dejar que todo se ventile y blablablá. Me giro y le doy la espalda. Miro la pared y desearía que tuviera grietas o manchas o algo que pudiera contar. Aquí todo está limpio y sin rastros del pasado. La pared es una hoja en blanco.

***

—Cuando te sientas con ganas me gustaría que me acompañaras al refugio. Hay perros que se asustan con los palos, pero Tigresa parece que te ha cogido cariño. Los perros siempre escogen a las personas, ¿Sabes?

Estará defectuosa. Si entendiera mi idioma, le recomendaría alejarse. Yo acabo de matar a tres amigos. Solo de pensarlo me duele el muñón.

La miro y ella me mira. Esta acostada justo al lado del pie que me queda. 

—Está embarazada —dice mi abuela. 

La miro de nuevo y no me lo parece. Es bastante flacucha. 

***

Por fin, solo estamos la abuela y yo. Hoy preparamos comida para nosotros y para llevar al refugio. Ella ha ido al mercado y me ha dejado en casa a condición de darle de comer a los perros y pasar la escoba por el techo. 

La primera tarea ha sido más fácil de lo que imaginaba. Con la segunda me he caído y la perra atigrada ha venido a lamerme. 

***

Lasaña, cocido, lentejas, guiso de carne, pescado a la sal, sopa de verduras…berenjenas. Cocinar conlleva bastante trabajo.

Hoy no se me escapa ninguna araña imaginaria. La perra atigrada presume de barriga. 

***

Hemos visto el parto. Le he hecho un gesto a la abuela para que nos quedemos. 

Parió ocho cachorros, pero se murieron tres. La perra lame a los que quedan.  Ellos, ansiosos, y con los ojos cerrados, se cuelgan de sus tetas.

La veterinaria nos echó después de media hora.

***

Me levanto más temprano. Mi abuela se va al mercado, yo barro las arañas, alimento a los chuchos que nos quedan en casa y partimos al refugio en silencio.

Tigresa nos mueve la cola, pero protege a sus crías.

Yo dejo los palos afuera y salto a la pata coja para no asustarla.

Después, nos toca nuestra sesión de cocina. 

***

El verano casi se acaba. Tres de los cachorros han sido adoptados. Tigresa y los otros dos vienen a casa de la abuela. 

Llueve y me duele el muñón. La lluvia suena como sus risas, ¿Cómo será ver la lluvia y no recordar a The Cure? 

***

Tres días sin barrer las arañas. La perra, sus crías y yo miramos al techo antes de dormir. 

***

He ido al mercado con la abuela y he podido cargar una bolsa en cada mano. 

Después hemos ido al refugio para hacer el papeleo. La abuela adoptó a Tigresa y a los dos cachorros. Les hemos puesto Mufasa y Simba.

***

Van diez viernes desde aquello y he visto una araña en el techo. Eso o la imaginación se burla de mí. Hace tiempo que no barremos. 

La abuela no se acostumbra al silencio. Ella me sigue hablando de su infancia y me cuenta la historia de cada platillo que prepara. Que preparamos. Ahora yo también pico y sofrío las verduras, la carne o lo que haya que hacer. Mi abuela hoy ha dicho que soy su pinche de cocina, su sous-chef como lo llaman en la tele. Ha fruncido la boca para pronunciarlo con un francés fingido y después se ha reído. Se ha reído con ganas, con la boca abierta de un buda y me ha contagiado. Entonces ha venido y, mientras nuestras risas seguían acompasadas; ha abierto sus brazos,  con sus manos gastadas me ha acariciado la cara y después me ha abrazado. He hundido mi cabeza en esa cintura blanda de abuela y me he sentido bien, por primera vez desde aquel viernes.

—Estos garbanzos nos van a quedar sabrosos, abuela.


Verónica Avilés Calderón

Escribir me enfrenta a la vida. Es la dosis de humildad que necesita mi ego, la dosis de generosidad que necesita mi alma, la forma de mirar el mundo que me permite afrontar cada día como lo que es: un milagro. Soy la autora de la novela “Arena Negra” (Ed. Cuadranta, 2023) y coordinadora en Irredimibles.com.

Un comentario en «“Sous-chef” por Verónica Avilés Calderón»

Los comentarios están cerrados.

Descubre más desde

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo