1.- Leviatán
Mi pequeño leviatán duerme en su pecera con resignación.
Lo acaricio con la mirada mientras suelta burbujas al ritmo de sus latidos.
Cuando me descuido pasea su tristeza por las estanterías
y emite ruidos que identifico como el crepitar del miedo.
Me observa y extiende una de sus garras
para jugar con un mechón de mi cabello.
Se arrincona detrás de la lámpara de la mesita de noche
y su sombra se proyecta como la de un monstruo maligno.
Él cree que está escondido y que así,
sin que nadie se fije en él, está a salvo del paso del tiempo.
Mi pequeño leviatán crece cada día sin poder evitarlo.
Falta poco para que llegue la primavera y tenga que marcharse
Todas las épocas en reunión duran poco.
Lo único eterno es la soledad.
2.-Infancia
No juegues con los cristales
Decía mi mamá
Que los cristales se quiebran
Y la sangre brota
A mi me gustaba
Mirar a través del cristal
Simulaba una promesa de mejora
Con el vacío que lo llena
De posibilidad
Y olor a primavera.
Si nunca juego con el vaso
Nunca se romperá
Pero entonces,
¿Cómo hacer para que brote la sangre?
3.-Noches
Cierro los ojos,
para ser yo quien decide la noche.
El abismo a bocanadas
hiere,
deja un rastro de cicatrices
talla treinta y ocho,
huellas cuyas costuras palpitan
al ritmo de mi corazón.
Aún respiro.
4.-Puerta amarilla
Muda como esta puerta amarilla,
como estos dedos torcidos,
como todas las acciones ampliamente ignoradas de mi vida.
Muda como las palabras secas,
las lenguas vacías, los días perdidos
y las ausencias imprevistas.
Mis músculos tiritan a la intemperie,
vencidos por la voluntad de quedarme quieta en medio del invierno.
Con las manos en los bolsillos miro al cielo
y las botas que enfundan mis pies, crujen de impaciencia.
Mientras tanto, mi piel guarda el secreto.
Las aristas de los cristales de nieve se clavan en mi boca
y cuánto más punzantes los siento, más nieve trago en una espiral suicida.
Quiero congelar mi garganta para no sentir el dolor del silencio.
Desde que esta puerta amarilla se cerró, no tengo nada que decir.