Dice Ulises  — Se llama Río Salí.

— Río Dulce se llama acá — retruca Violeta. 

Ambos arrojan piedras de canto rodado desde la ribera hacia el corazón del torrente.

— ¿Viste? Hizo patito. 

— Mirá esta. 

Y el tiempo no transcurre, la hora de la siesta en Santiago del Estero dura una perpetuidad, cada vez.

El calor sujeta e inmoviliza, oprime contra el piso. La gente se oculta bajo la sombra de los techos. Se acurruca bajo el frescor de árboles y aleros. La desolación de las calles es el pan de cada día.  

— Cuando cumpla 16 me voy a Tucumán  — arroja Ulises, como otra piedra.

— ¿A qué? — le pregunta Violeta disimulando cierta intranquilidad.

— No sé. Acá no hay nada que hacer. Ni trabajo.  

— ¿Cómo será allá?

— No sé. 

— Entonces quedate — le dice Violeta mirándolo a los ojos, arrojándole un peñasco, queriendo hacer “patito”.

— A la tarde vamos a la casa de Pedro a ver el partido de Boca — dice Ulises.

— Ojalá que pierdan.

— Al final ¿pudieron arreglar el acondicionador de aire?  

— No, seguro que cuando termine el verano …   

El río recibe una nueva andanada. El cielo permanece prístino. Los árboles inmutables. Solo se mueve apenas el río y los brazos que lo nutren de canto.

— ¿Leíste el cuento que nos mandó la vieja de literatura? — consulta Violeta.

— Ni pienso — ríe Ulises — que se joda la vieja, no tengo tiempo para eso.

— Podemos leerlo juntos o te lo leo en voz alta — ofrece Violeta.

Pero Ulises sigue en la tarea usual de todas las tardes. Se agacha, sopesa el volumen del peñasco y lo hace volar en dirección a las entrañas del río.

Violeta se queda de pie con los brazos en jarra. Se arregla el cabello con las dos manos. Se hace un rodete bien estirado, que le resalta los ojos café, lúcidos, sin maquillaje.

— Chau, me voy, papá me pidió que le pague unos impuestos. 

— Está todo cerrado hasta las 4 — le recuerda Ulises con tono monocorde.

Violeta no sabe cómo disimular la incomodidad. Cierto agobio la somete contra la superficie. Ulises se encuentra tirado a la vera del río.

— ¿Sabés qué! Andáte a Tucumán — suelta Violeta y se dirige hacia el camino.

Ulises gira la cabeza desde la orilla, se queda mirándola, luego, arroja un inmenso puñado de proyectiles al río que generan un sonido audible. Una bandada de garzas encapuchadas levanta vuelo.

Con lentitud la bandada regresa a su ramaje. Igualmente, Violeta desanda sus pasos y vuelve a la ribera junto a Ulises.

— Se llama Río Salí — dice Ulises.

— Río Dulce, no seas burro — contesta Violeta con su voz usual. 

Con los brazos ya cansados y el cuerpo entumecido, cambian de posición.

— Te juego a la escoba.

— Vas a perder como en la guerra.

— La última vez dijiste lo mismo y te aplasté como a una cucaracha 

— Si te gano venís a Tucumán conmigo.

Hay algo nuevo en los ojos de Ulises. Violeta se ruboriza. Se sonríe, por un instante se siente una antorcha.

— ¿Cómo será allá? — pregunta en lugar de pronunciar si quiero, y abre la boca para corresponder el beso.

El cielo conserva la transparencia, los árboles la quietud y el río imperceptible empuja con su flujo el decurso de las cosas.

Victoriano Campo

Puntuación: 1 de 5.

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