No suelo releer libros. Una vez que los termino, dejo pasar uno o dos días para digerirlos antes de ponerlos de vuelta en el estante y comenzar con otro. El ejercicio de la relectura me provoca tedio, pese a saber que en una segunda revisión podría encontrar detalles que pasé por alto en la primera o que mis emociones actuales podrían interpretar de otra forma las páginas que leí en el pasado. Aún sabiendo esto, y entendiendo que la práctica de la relectura podría sumar a mi desarrollo como lector, no lo hago porque mi flojera es más dominante. Esto me sucede con casi cualquier cosa: una vez completada una actividad no quiero revisitarla o revivirla, incluso si las sensaciones o recuerdos son positivos. Una de las pocas excepciones a esta regla es la novela “Indigno de ser humano” de Osamu Dazai, la cual ya he leído dos veces y estoy contemplando hacerlo una tercera.

Cuando se piensa en literatura japonesa, el primer acercamiento de muchos suele ser Haruki Murakami, quien nos propone una escritura de fácil digestión para estómagos occidentales y es una puerta de entrada natural al mundo de sutilezas poéticas, minimalismos y reflexiones profundas que podemos encontrar en los escritores nipones.

Dentro de ese mundo es que encontramos a Osamu Dazai, un escritor cuya obra principal es de corte más bien autobiográfico y que suelen cruzarse con los demonios que Dazai debió enfrentar en vida, como el alcoholismo, la depresión y la muerte. Estos y otros tópicos, sumados al ambiente de un Japón post guerra dominado y doblegado por los estadounidenses, dotan a la escritura de Dazai de un tono oscuro y desesperanzado que encaja muy bien con el momento histórico en que se desarrolla su obra.

Recuerdo haber dado con la novela de Dazai en un paseo a la librería. Ya había escuchado sobre él, pero nunca con la suficiente atención como para averiguar de qué iba su obra, los temas que tocaba o la vida del autor. Fue recién cuando me acerqué al aparador que sentí un grito que me atrajo de inmediato a ese libro, y es que el título en sí ya es lo suficientemente sobrecogedor para helar la sangre y remecer toda sensación de seguridad que se pueda (creer) tener. Y es que “Indigno de ser humano” es una novela que interpela a lo más hondo de la naturaleza humana, a la frágil construcción de la identidad, de las máscaras que creamos y usamos para ser parte funcional de una sociedad prefabricada y de la inevitabilidad de escapar de uno mismo.

“Indigno de ser humano” comienza con un epílogo en el cual un narrador incógnito se encuentra con tres fotografías en las que aparece Yozo, quien será el protagonista de todo el relato. Cada una de estas fotografías retrataba un momento particular de la vida de Yozo (su infancia, adolescencia y adultez) y en cada una este narrador va describiéndonos un deterioro o un detalle que le causa extrañeza o incomodidad. Luego pasamos a un cuaderno de notas que se hallaba junto a las fotografías, el cual es relatado por el mismo Yozo, quien nos explica, a modo de confesión, todo el tránsito de su vida y de las razones que lo llevan a afirmar al comienzo de estas notas “Mi vida ha estado llena vergüenza.” Y es que Yozo escribe esta suerte de diario con el fin de retratar su vida a quien pueda interesarle, mostrando en sus páginas los espacios oscuros de una sociedad rendida y carente de identidad, de los dolores más profundos de la depresión, las adicciones y una atracción autodestructiva hacia la muerte. Todas estas disonancias llevan al protagonista a sentirse ajeno, a reafirmarse en su indignidad y a utilizar diversos disfraces para ocultar un dolor inescapable y que amenaza con destruir todo lo que le rodea.

No puedo dejar de hacer un paralelismo con la obra de otro autor japonés, contemporáneo de Dazai, como es Yukio Mishima. En “Confesiones de una máscara”, Mishima trata ciertas temáticas que se cruzan con “Indigno de ser humano”. Claramente, ambos autores escribieron sobre los escombros de un Japón que vivía con sumisión el presente de un país derrotado. También hablaron de máscaras, de una sociedad que pretende y de personas que se refugian en estos disfraces para vivir en forma secreta su propia sensibilidad. Finalmente, son autores que retratan la muerte: uno enalteciéndola y el otro viéndola como escapatoria a un destino inalterable.

Osamu Dazai puede que no sea el autor que recomiende a alguien que quiere comenzar a leer literatura japonesa, pero sí que es uno que recomiendo para quienes ya hayan entrado a este mundo y quieran profundizar en él. También lo recomiendo para aquellos lectores que busquen reflexionar, cuestionarse y poner en entredicho sus propias biografías con un relato duro y directo, pero no por ello menos pensado y dotado de una belleza siniestra que invita a ser releída.


Mauricio Rojas

Escribo un poco para escaparme y otro tanto para encontrarme. También para llenar esos vacíos y poner en duda todo aquello donde se presuma certeza. Por último, escribo por contradicción, por impulso y por necesidad. En palabras de Lihn: “porque escribí estoy vivo”. Además de escribir, en Irredimibles coordino las publicaciones en Instagram.

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