En agosto de 2019 tomé mi segundo taller de narrativa, el cual era impartido por el escritor y editor Luis López-Aliaga. Como cada vez que he participado en talleres, entré con la sensación de ser el más principiante de todos y, como cada vez que he concluido un taller, esa sensación pasó a ser certeza. No digo esto como algo malo, creo, incluso, que es de lo mejor que me ha dejado cada una de estas experiencias.

Rafaela Lahore

Durante ese taller de 2019 ocurrieron también muchas cosas importantes que permearon para siempre mi experiencia con la escritura: se estrenó Joker, Luis nos invitó a la presentación de su libro “La casa del espía” (Editorial Planeta) y Chile vivió un momento histórico que fue llamado “Estallido social”, el cual tendría ramificaciones que ‒al día de hoy‒ los chilenos seguimos viviendo en forma más o menos incierta. También conocí a la escritora Rafaela Lahore.

Rafaela (o Rafa) es una escritora uruguaya que -curiosamente- ha elegido Chile como su hogar. Ella, al igual que yo, integraba el taller de Luis López Aliaga, pero, a diferencia mía y de los demás talleristas, ella estaba próxima a publicar su primera novela en la Editorial Montacerdos. Pese a ser la única del grupo con una publicación en el horizonte, Rafa era (y seguro aún es) una persona muy sencilla, amable, y muy dispuesta a entregar opiniones y comentarios constructivos respecto de nuestras obras. En esa oportunidad, Rafa seguía trabajando sobre su novela y los demás tuvimos el privilegio de leer en borrador algunas de las secciones que seguían en fase de retoques y correcciones menores. Recuerdo bien la impresión de todos los compañeros del taller cuando nos tocó leer por primera vez a Rafa. Se repetían comentarios del tipo “Lo único que me pregunto es cómo esto no está ya publicado” o “Le va a tocar difícil a los que vienen después de Rafa”. Puede que muchas de esas cosas se dijeran en tono de juego, pero había un sustrato muy real: Rafaela era una primera aproximación (al menos para mí) a una verdadera escritora, por eso no dudé en 2020 de comprar una copia de la primera edición de “Debimos ser felices”, la cual ‒sin más digresiones‒ paso a reseñar ahora.  

“Debimos ser felices” es una novela de auto ficción, escrita en fragmentos y en un estilo que bordea una prosa poética que envuelve en emociones profundas e implica irrevocablemente al lector en el devenir de tres generaciones de mujeres. En el fondo, es un retrato familiar contado desde la más profunda intimidad, cruzado por recuerdos, el campo, los caballos, el mar y la muerte. Por sobre todo la muerte. La historia está narrada por una versión autoficcionada de Rafaela, quien nos muestra desde su perspectiva la relación entre ella, su madre y su abuela.

Ya el título de la novela nos avanza algo en relación a lo que estamos a punto de presenciar y es que la frase tiene un halo de resignación, de ese mirar a un pasado inalterable donde uno intenta reconstruir algo a partir de todas las promesas y oportunidades que simplemente no se cumplieron. También puede leerse como una forma de reproche, un grito ahogado de la narradora a su madre o a toda la historia que la precede, la cual se carga de abusos y distancias (casi todas protagonizadas por el abuelo). Por último, podemos entender el título como consecuencia de la frustración y el cansancio, como el intento por reparar una vasija que ya se ha quebrado muchas veces y que, con cada nueva caída, se quiebra en pedacitos más difíciles de unir.

El comienzo de la novela es potente y nos devela sin mayores prevenciones el tono de la narración:

“Antes de que yo naciera, mi madre ya había escrito una nota de suicidio.”

Esa primera línea basta para involucrar al lector y darle a entender que la historia que está por leer está cruzada por el lazo indisoluble de lo materno y el acecho constante de la muerte. También se nos presenta el estilo narrativo elegido por la autora, que son fragmentos (en su mayoría breves) que van revelándose en forma desordenada, como si se mirara un viejo álbum de fotografías y uno fuera eligiendo aleatoriamente a cuáles poner más atención mientras intenta reconstruir esos eventos, cargando hechos del pasado con las emociones y sentires del presente. 

Si bien los fragmentos son cortos, éstos no son por ello menos pesados o significativos. Una de las virtudes de Rafaela como escritora es la capacidad de dar contenido en pocas palabras, las cuales, además, se presentan en forma delicada y entran sin mayor dificultad en la mente del lector. Esto se debe, a mi parecer, al enorme compromiso emocional que la obra genera desde el primer fragmento y al estilo poético que apela a sensaciones y sentimientos.

No está demás mencionar que también se trata de un libro que ha contado con el reconocimiento de la crítica especializada, adjudicándose en Chile el premio del Ministerio de las Culturas en la categoría de novela inédita.

Independiente de los premios y reconocimientos, “Debimos ser felices” fue una de mis lecturas favoritas de 2020 (y de 2019). La novela es una invitación a reflexionar sobre nuestras relaciones familiares, la depresión, la muerte y, de manera muy delicada, sobre el ser mujer.  

Actualmente, la novela ha sido editada en Chile por Editorial Montacerdos (disponible en formato físico e e-book); en España por Editorial La Navaja Suiza; y en Uruguay por Criatura Editora.


Mauricio Rojas

Escribo un poco para escaparme y otro tanto para encontrarme. También para llenar esos vacíos y poner en duda todo aquello donde se presuma certeza. Por último, escribo por contradicción, por impulso y por necesidad. En palabras de Lihn: “porque escribí estoy vivo”. Además de escribir, en Irredimibles coordino las publicaciones en Instagram.

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