Nadie me había visto después del accidente. Ni siquiera ella. Pero a ella se lo tuve que contar. No me quedó más remedio. Ella, mi mejor amiga. La novia de la boda. Boda, que llevaba preparando más de dos años. Que si boda para arriba, que si boda para abajo, que si me acompañas a ver el vestido, que si vamos a ver los zapatos, que si me ayudas a elegir las flores de la iglesia, que si vienes a la primera prueba del vestido, que si vienes a la primera prueba de la peluquería. No sé si pensaba hacerse cinco o seis pruebas de todo. Yo ya sólo de oírla estaba mareada. Y eso era lo que me esperaba los siguientes veintiséis meses. 

Yo no sé qué fue lo que más me pudo afectar, si el verla de blanco virginal, ¿virginal?, ¿de verdad? o si acompañarla a la iglesia, ¿a la iglesia? Pero si ninguna de las dos habíamos pisado una iglesia desde que hicimos la primera comunión. De hecho, esto de ahora, me recordaba demasiado a aquéllo. Siempre pendiente de los vestidos, de los colores, de todo lo que de verdad no importa. De hecho, el novio no sé ni cómo se llama. No es que no lo conozca pero es de ésos que tiene nombres compuestos y yo siempre me lío, ¿Juanfran? ¿Joselu? ¿Juanma? ¿Juanmi? No sé.

El caso es que un día después de ir a la primera prueba de algo, bebí. Sí, bebí sola. Y bebí mucho. Me metí en el coche y sólo quería olvidar. Olvidar la pérdida de tiempo que iba a suponer esa boda para mí. Y así fue cómo ocurrió, lo del accidente, digo. 

Del accidente salí viva pero perdí un ojo. El ojo izquierdo, justo con el que veía bien. Así que no me quedó más remedio que contárselo, porque claro, no la iba a poder acompañar a elegir nada. Tuerta, con un parche, y sin ver nada o casi nada con el otro. ¡Qué disgusto se llevó! Le sentó peor que a mí lo de mi ojo. Yo no es que lo llevara bien, pero bien mirado, me iba a librar de toda esa esclavitud de acompañarla a todos los sitios. Ahora tendría que buscarse a otra.  

De mis planes para su boda, no le dije nada. Era mi sorpresa. Me gasté todo el dinero que tenía y el que no tenía para hacerme un ojo idéntico al mío. Falso en sus funciones, pero aparentemente, era mi ojo izquierdo de siempre. Qué contenta se iba a poner al verme. Estaba deseando verle la cara.

Por fin, llegó el día de la boda y …yo lo siento mucho por los muy literatos ortodoxos, pero esto lo tengo que contar en presente de indicativo y no en pasado porque necesito contarlo tal como lo viví en tiempo real…

Me presento sola al banquete y leo que estoy en la mesa veinticinco con un montón de personas que no conozco de nada. A ver, soy despistada y tal, pero ella y yo tenemos muchos amigos en común, mal que bien, tendría que reconocer a alguno. Pues nada. A ninguno. Busco como puedo, dónde está la mesa veinticinco. Por fin, alguien me termina por indicar, cogiéndome del codo hasta mi silla. Me siento. Busco la botella de tinto a tientas y mi copa y empiezo a beber. Después de un largo trago, abro los ojos y miro atentamente a mis acompañantes. Maldita sea. Todos tuertos. Como una película de terror, todos están riéndose y mirándome con su único ojo. 

Yo me levanto de la mesa y me choco con la novia que venía directa hacia mí. Me doy la vuelta. Por fin, me ve la cara, mis dos ojos. Sonrío. Ella me mira y mira a los comensales de la mesa veinticinco y me vuelve a mirar. Y con un gesto sencillo, les pide que se vayan. Y con otro gesto, más sencillo, les deja claro que ya les ha pagado. Y a mí, me coge del brazo y me dice, vente para acá, que te presento a Joserra. 


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