Por Karim Ali

Mujeres como mi esposa consiguen que un hombre contrate a una prostituta. Ya no recuerdo la última vez que lo hicimos. Cuando alcanzábamos el placer, llenándonos de néctar, era el manifiesto del amor en estado líquido. No la reconozco. Antes de nacer Nuria, nuestra hija, uníamos nuestros cuerpos para amarnos de todas las formas posibles. Tras un respiro, nos quedábamos mirando el techo del dormitorio; la punta de nuestros dedos se rozaba entre sí, sacándonos una sonrisa que nos animaba a besarnos y a retomar las pasiones.  

Desde que nos fuimos a vivir juntos, Toñy, siempre se dedicó a la limpieza de nuestro hogar. Mi tarea consiste en comprar los mandados en el súper, arreglar las camas, limpiar los baños. Soy el único con carné de conducir en la familia, por lo tanto, no me queda otra que acercar a mi mujer al centro comercial situado a las afueras de Madrid. De regreso a casa, preparo la cena, después recojo los platos. Los tres nos acomodamos en el sofá para ver la tele hasta las diez de la noche. Alrededor de esa hora, en los días de colegio, Toñy se llevaba a Nuria a nuestro cuarto para que durmiese, pues no conseguía pegar ojo estando sola en su habitación, ni siquiera acostándose con su peluche. Mi hija, me daba las buenas noches con un abrazo; mi mujer, ataviada con un camisón de tirantes y escote en V, lanzándome un beso. Para devolvérselo me levanté, mordí mis labios, acercándome a los suyos, puse mis manos en sus nalgas. En cambio, ella se echó hacia atrás, retirándome las manos con delicadeza, me sugirió que permaneciera viendo la tele mientras acostaba a Nuria. 

Cada vez que me aproximaba a mi mujer en la intimidad, Toñy prefería utilizar las energías que le quedaban para la casa. Acababa consumida y, Nuria, era un plus más de esfuerzo. A todo esto, había que sumarle su problema de espalda y, pasar por el quirófano, no era una opción que contemplara. 

No hace mucho, Toñy, volvió de la peluquería sonriente, las arrugas de su nariz delataban que traía alguna noticia para compartir. Me confesó, radiante, que dentro de muy poco abrirían un gimnasio cerca del barrio. Aquello era una oportunidad para aliviar sus dolores de lumbalgia. Además, insistió, en que nos apuntáramos los dos, argumentando que los ejercicios me vendrían bien para evitar otro infarto como el que me dio hace años. Y llevaba razón, pero yo no tenía ganas. 

Una noche que dejamos a Nuria en casa de mi cuñado, fuimos al cine a ver una peli que nos puso cachondos por sus escenas eróticas. Acabada la película, dentro del coche nos besamos. Mientras mi mano izquierda acariciaba sus pechos, fui deslizando la derecha, poco a poco, desde los muslos hasta sus bragas, en ese momento, Toñy apartó mi mano de entre sus piernas. Me exigió que arrancara el coche para recoger a Nuria. Pensé que se hacía la interesante y que, en realidad, cuando regresáramos a casa desearía, por fin, seguir en la cama donde lo habíamos dejado. Dentro del catre, tuve una erección tan dura que no pude resistirme a terminar lo que quedó pendiente en el parking del cine. Cuando me puse sobre mi esposa, ella me dio un empujón hacia un lado, afirmando que le había venido la regla. Nos quedamos mirando el techo, con la luz de las lámparas encendidas. Cada uno cogió su móvil. Toñy, rompió el silencio mostrándome un recuerdo de Facebook. Aparecíamos los dos junto a Cristi y Ángel, unos amigos con los que salíamos algunos fines de semana. A mi mujer, le pareció que Ángel tenía el mismo aspecto que hace diez años. Apagó la luz y se acostó dándome la espalda. Yo la volví a encender. Me giré hacia Toñy y le susurré al oído: «Al menos yo no me estoy quedando calvo como Ángel». Ella movió la cabeza de un lado hacia el otro y apagó la luz. 

Una tarde de junio estábamos en la terraza de uno de los bares del barrio. Le pedí al camarero una rubia. Mi mujer sugirió que fuese 0,0 pero me negué. Me bebí la birra de un trago y pedí otra. Unos minutos después, Toñy me preguntó si me apetecía dar un paseo hasta el local donde la amiga de Nuria celebraba su cumpleaños para luego volver caminando a casa. «Ya veremos, parece que va a llover, ¿no?», le respondí. Regresamos a casa en taxi y una vez allí empezamos a ver una serie de Netflix. Toñy se sentó a mi lado y, en la otra punta del sofá, Nuria nos acompañaba con su Tablet. Estuvimos un buen rato, riéndonos con la serie. Toñy, llevaba un camisón celeste, sin sujetador. Nuria se había quedado dormida. Le dije a mi esposa que podríamos aprovechar y subir al dormitorio. Ella se levantó y me preguntó si había visto el botiquín porque le dolía la muela. En aquel momento, Nuria se despertó, suplicando a su madre que durmiese con ella. Las dos subieron a nuestra habitación. Mientras tanto, me metí en el baño. Cerré los ojos y pensé en Toñy. Me vino a la mente, sus ojos negros de luz, la belleza de sus curvas, su fuego. No tuve consuelo, aunque sí algo de satisfacción. 

Desesperado, di con una página de prostitutas en internet. Guardé mi anillo de casado en la guantera del coche. Wasapeé con la chica, Lorena, decía llamarse. Tras un rato intercambiando mensajes, tomé la decisión de ir a verla. Me recibió sola, con una blusa transparente que le dejaba ver los pechos. Me ofreció algo de beber. Ella se sirvió una copa de champán, yo preferí beber cerveza. Nos sentamos. Se me quedaron las palabras atrapadas en la garganta. Lorena hablaba con tranquilidad y sensualidad, me hacía sentir cómodo. Dijo que le gustaba conocer al cliente antes de subir a la habitación. Tras un rato de charla supe lo que haríamos juntos, lo que me iba a costar y que no necesitaba tener prisa. Las piernas me temblaron. La joven me acarició la cara y, antes de darme cuenta metió su mano en la bragueta de mi pantalón. En aquel instante, apareció en mis pensamientos Toñy. Volví a la realidad y aparté la mano de Lorena de mi entrepierna, me disculpé y le dije que me iría. Saqué mi cartera y se me cayó al suelo. La recogí titubeante, pagué y me volví a disculpar, sin poder levantar los ojos del suelo. Lorena, mientras abría la puerta me preguntó si era casado. Asentí con la mirada y sin saber por qué desembuché por la boca: es que mi mujer y yo hemos dejado de tener sexo. La chica reventó en una carcajada y sin miramientos, disparó: «No me extraña, gordinflón», y cerró la puerta en mi cara. Hombres como yo consiguen que su esposa cruce sus piernas. 


Karim Ali

Desde hace varios años, encontré en el universo del relato corto, un camino donde explayar mis inquietudes: críticas sociales, políticas, lírica, sarcasmo, humor. Risas y llantos. Poco a poco voy pillando el hábito de construir una historia sólida que mantenga el interés del lector desde la primera hasta la última sílaba. 

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