<<Le digo que no conocía a Sara Ku. Ni siquiera sabía que el piso contiguo estaba ocupado hasta que llegó el paquete. Trabajo en casa todo el día. Nadie llama nunca al timbre de mi puerta, ya le digo que casi no reconocí el sonido. Le dije al repartidor que el paquete no era mío, no atendió a razones, me lo puso en las manos, y salió corriendo. No llamé, lo dejé en el rellano frente a su apartamento. Es verdad que muchas veces hago pedidos por Internet, pero jamás digo que me los suban a casa, bajo yo mismo al portal a recogerlos. Con guantes y mascarilla. La pandemia se habrá acabado para algunos, no para mí, estoy al acecho como el virus, sé que en cualquier momento atacará de nuevo. Sí le dejo entrar en esa habitación ha de prometerme que no detallará lo que hay dentro en ningún informe de esos que hacen ustedes, lo he visto en las películas, “el papeleo”, los policías de acción lo odian y esos otros policías, los gordos que se pasan la vida apoltronados en comisaría, lo adoran>>.

Tras el monólogo anterior, Kaplan sacó una llave de uno de los bolsillos y abrió la puerta de la habitación “Top Secret”, el cartel colgado en la misma contenía esas dos palabras, yo ya había comprobado que Kaplan no era un hombre normal,  primero porque no me dejó abrir la boca para preguntarle nada, pero contestó a todo lo que le habría preguntado de haber podido, segundo por su aspecto:  de baja estatura, vestía con un traje de camuflaje verde de esos de muchos bolsillos, como si en lugar de en su casa estuviera en la selva, sus ojos eran desproporcionadamente grandes, parecían los padres de una nariz por desarrollar pegada a unos labios voluptuosos que escondían unos dientes de niño pequeño. 

Era la segunda vez que iba a ese edificio, la primera fue el día anterior, cuando una llamada anónima nos alertó de que en el 5º-E había un cadáver. Sobre la cama, encontramos a una mujer oriental trinchada como un pavo en Navidad. 

Yo estaba mareado desde ese momento, nunca me gustó la sangre. Dejé a mi compañera con “el pastel” y me fui a casa a serenarme. El jefe, primo de mi padre, me evita estos malos tragos, solo voy a los interrogatorios. Ayer estábamos escasos de personal.

La habitación “Top Secret” era amplia, bajo la ventana, una mesa negra de patas finas bullía furiosa cargada de carpetas y libros. En las esquinas se apilaban varias cajas de cartón, algunas adornadas con letreros escritos a mano, en otras, las fotos impresas en la portada revelaban el contenido. 

La comida estaba al fondo a la derecha, abanderada por tres cajas grandes de “Albóndigas”, con varias bolitas de carne dibujadas.

—Me encantan las albóndigas —dijo Kaplan, relamiéndose. 

Le pedí permiso para comprobar el contenido, no había llevado orden de registro. Asintió, orgulloso de que alguien husmeara en su vida.

Efectivamente eran albóndigas, de la Rioja para ser exactos, calidad suprema.

Al lado, dos cajas contenían botellas de agua de Vichy y de Lanjarón. Me dijo, que la de Vichy era para las ocasiones. Aquel hombre no podía ser más excéntrico. 

En la esquina de la izquierda apilaba ropa: calzoncillos, camisetas, calcetines, pijamas, trajes como el que llevaba puesto, abrigos, y varios pares de zuecos con plataforma iguales a los que calzaba ¿Qué estatura tendría aquel hombre, si las plataformas por lo menos medían diez centímetros y yo le sacaba la cabeza? Un metro treinta, como mucho. 

En otra esquina acumulaba mascarillas, gel desinfectante, guantes, detergente, lejía, aparatos de ozono, pantallas protectoras y muchas cosas más.

—Hay que estar prevenido, ya sabe, el virus acecha. No compre las mascarillas de tres capas, no protegen, yo las pido a China de seis capas.  Antes de propagar el virus por Europa los chinos ya tenían preparadas las mascarillas y las vacunas, estoy convencido. Si los niños con dos años tocan el violín como Ara Malikian, eso no es normal. 

En la última esquina acumulaba cuadernos de dibujo, lápices, rotuladores, pinturas, reglas.

—Soy dibujante —dijo señalando a la pared del fondo.

 Había dibujos de todo tipo. Eran muy buenos, ese hombre era un artista. Le miré con admiración. Se puso colorado. 

—Los hago por encargo. —Señaló las carpetas que había sobre la mesa.

Empecé a ojear una en la que ponía “Caretos” cada dibujo tenía un nombre debajo “repartidor”, “cartero”, “panadero” en una ponía “vecina china”, era Sara Ku. 

Se quedó helado, pensé que no recordaba que ese dibujo estaba allí.

—No, no me lo encargó, quiero decir que nunca hablé con ella, a raíz de recibir el paquete empecé a espiarla. 

En la carpeta había muchos más dibujos de Sara, con dos moñitos a los lados de la cabeza, vestida de fiesta, disfrazada de payaso, en una foto aparecía vestida con un pijama rojo, el pijama era igual al que llevaba cuando la trincharon, en el dibujo ponía “Sarita”.

¡Menudas confianzas!

Kaplan, juró y perjuró que no la conocía, solo la vigilaba. Comprobé que tenía una mirilla telescópica buenísima.

El resultado de la autopsia fue concluyente: En el estómago de Sara Ku había albóndigas de la Rioja, muchas y agua de Vichy. 

Lo encarcelamos inmediatamente, parecía obvio que él había matado a la mujer, quizás se tratara de un crimen pasional, aunque no me imaginaba a Kaplan besando a nadie con esos morcilabios, cuadraba más que fuera un crimen por odio racial.

Días después, llegaron a la oficina las carpetas con los dibujos de Kaplan, entre ellos había varios de Chan Shei Hu, uno de los mafiosos más peligrosos de Madrid. Kaplan dijo que visitaba a menudo a Ku.

Comprobé que entre los pedidos de Sara había varios de albóndigas de la Rioja y de agua de Vichy. 

Conseguí que dejaran libre a Kaplan, por falta de pruebas concluyentes. 

Días después, me llegó un paquete de Kaplan, no sé cómo había averiguado mi domicilio, contenía una lata de albóndigas, diez mascarillas de 6 capas, un dibujo de mi cara y un anti ojeras koreano. Muy bueno, por cierto. 


Atalanta

He querido ser un pájaro, un árbol, el viento, la lluvia, el rayo, el mar, el azul. Cuando escribo soy todo eso porque escribir es soñar despierto y te permite vivir mil vidas. Coordino el Club de Relato en Irredimibles.

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