¿Cómo podría trasladarse la tragedia del sig. V a.C. a una novela contemporánea? ¿Cómo sería un íEdipo sofócleo en un panorama político y social utópico?

            Cien cruces arrastradas de José Luis Díaz Caballero (Velasco Ediciones, 2022) se inicia con un hedor pestilente que asola a un país tras la podredumbre de cien cadáveres en el mar, la misma peste que diezmaba la Tebas del Edipo Rey de Sófocles, y al igual que Edipo, el Presidente emprende la búsqueda desesperada para encontrar el origen de dicha pestilencia, de cuyas consecuencias sobre la población, los súbditos, no seremos conocedores hasta el final de la misma. Esta búsqueda es el punto de partida de la novela, como sucedía en la tragedia griega. Es por ello que estas palabras no son una reseña al uso, sino una lectura desde el entramado literario que sustenta esta singular y carismática novela.

Los héroes trágicos griegos se caracterizaban por una ceguera (ate) que nublaba su entendimiento haciendo imposible para ellos discernir la verdad, y por una toma de decisiones movida por la soberbia (hybris). Estas decisiones erróneas arrastraban al héroe a su caída, quien era presentado ante los espectadores al finalizar la misma para provocar su catarsis (purificación). El Presidente de este país innominado que está en pleno proceso de transición energética, remodelando las estructuras del mismo, se enfrenta a una futura reelección que los cien cadáveres y el hedor extendido sin causa aparente ponen en peligro. Del mismo modo que Edipo se propone descubrir el origen de la peste de Atenas, el Presidente inicia esa investigación de la mano del Ministro de Seguridad y la Ministra de Sanidad, sendos personajes que actuarán a la manera uno de Creonte, la otra como el Coro de ancianos tebanos, siendo portadora de la voz y conciencia de un pueblo, como sus acciones confirmarán.

En cuanto a la Jueza, magistrada del Tribunal Supremo, esposa del Presidente y trasunto de la Yocasta sofoclea, se alza como una figura majestuosa que desde la distancia observa el peregrinaje de su esposo hacia el cumplimiento de su inexorable destino y, del mismo modo que la sofóclea, trata de evitarlo sin conseguirlo. Esta Yocasta también será conocedora, antes que su esposo, de la verdad que trata de descubrir. No hay hijos incestuosos en este matrimonio, pero si un proceso de adopción que ahondará la fractura entre la verdad y su apariencia, porque es la Verdad (y el lenguaje) la otra protagonista de la novela.

 

Respecto a la figura del adivino Tiresias, quizá más desdibujado, aparece en la voz del peluquero y el frutero, quienes van señalándole el camino. Por último, este Presidente-Edipo a su manera también ha matado a su padre, no físicamente, pero si metafóricamente, ya que el padre encarna ese sector energético minero que va a desaparecer con la mano ejecutora del Presidente y su transición energética. Este padre acabará renegando de su hijo y enfrentándose a él en pos de la verdad.

            Y esa búsqueda que emprende el Presidente para encontrar la verdad, no será la de su identidad, que a veces todos perdemos un poco de vista, sino la de la propia Verdad, una verdad que cuando es alcanzada y descubierta metamorfosea a los súbditos del país alterando su lenguaje y transformándolo en una verborrea retórica; se convierten de este modo la verdad y el lenguaje en protagonistas de la trama. Y ahora ya no es la tragedia de Sófocles la que se evoca en la novela, sino la de Esquilo, una tragedia de palabra, llena de neologismos, haciendo de la lectura un desafío lingüístico.

Las influencias griegas se extienden más allá de Sófocles y este Presidente se nos presenta al final de su investigación como el filósofo-gobernante platónico. En el mito de la caverna éste era obligado a salir de las sombras para contemplar el Sol, la Idea del Bien (lo más real y verdadero), realizando un arduo y costoso proceso educativo, para después de completar su educación dialéctica retornar al interior de la caverna y cumplir con sus obligaciones de gobernante. Este Presidente deberá, tras conocer la verdad, la más cierta realidad, y tras un costoso aprendizaje, regresar con sus súbditos, pero si bien los platónicos eran prisioneros de la oscuridad de la caverna, este Presidente deberá gobernar para unos lúcidos ciudadanos, que parecen moverse bajo los criterios éticos del intelectualismo moral socrático: quien conozca el bien, obrará bien; nadie obra mal a sabiendas; el vicio es ignorancia.

 

            Las intertextualidades de la novela afloran también en las referencias a T. S Eliot La tierra estéril (p. 26), Walt Whitman (p. 84), Carlos Fuentes (p. 88 y 193), Dies Irae de Tomás de Celano (p. 106), Germinal (p. 155ss.), Góngora (p. 173) o Víctor Hugo (p. 187). José Luis Díaz ha sabido trasladar de género y siglo una de las mejores tragedias jamás escritas y lo hecho proponiéndonos una fábula ético-política de lectura muy recomendable para estos días, en los que más que nunca parece triunfar Maquiavelo. Pero sobre todo ello, hablaremos otro día…


Patricia Crespo (Valencia). Ha publicado los poemarios Erosgrafías (2018), Cantos de la desesperanza (2020), y Manifiesto de incertidumbre (OléLibros, 2022). Ha publicado su poesía en diversas revistas nacionales e internacionales como Salmacis, Parnaso, Pluvia o Letras indelebles, así como sus poemas y relatos han sido recogidos en varias antologías y obras colectivas. Colaboró con el programa radiofónico “Mar de Muses” dedicado a la poesía. Es miembro de la Plataforma de Escritoras del Arco Mediterráneo y de la Academia Norteamericana de Literatura Moderna Internacional.

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2 comentario en “Intertextualidades en “Cien cruces arrastradas”: La tragedia griega hoy”

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