Crunch

La ochava es amplia, parece aún más grande por su leve pendiente. Ya no molesta el toldo de la mercería quebrada durante la pandemia. En la noche bien asentada, sólo desentona el brillo del teléfono celular de la agente policial; sonríe como una adolescente. El silencio prevalece apenas herido por el pedaleo de un dealer. Son casi las cuatro,  así que en un rato, a la derecha, estacionará un Torino verde de 2 puertas,  sus lucecitas de stop se encenderán antes de apagarse el motor. Si llueve la muchacha de azul tomará asiento en el lugar del acompañante. Sonreirá con cara de quien espera un suceso que pertenece al mundo de los sueños. Se quitará la gorra, se acomodará el rodete y jugará en el tablero de los placeres. 

Si no llueve el conductor del Torino ingresará directamente al edificio de la plaqueta que indica 1986 y se perderá en la noche. La lluvia está llena de amparo piensa la muchacha policía y detesta la sequía.

Si llueve o si no llueve, todas las noches… cucarachas, salen a montones del local de comida peruana. La policía las aplasta mientras mira la pantalla del móvil; luego, se limpia el borceguí en el filo rugoso del cordón. Ya se acercan las luces del rondín de la patrulla. Si no llueve, en el parte no hay novedades. Si llueve, los hoyuelos en las mejillas se acentúan un poco más y el olor de un caramelo de menta viene a tapar la fragancia del sexo. Apagado, el alumbrado vial acentúa la noche y los colectivos hablan de extinción. Hay algo épico en las oleadas de cucarachas. Son tantas que la muchacha sigue machacándolas con el taco. Acierta aunque no mire. Siempre hay una debajo. El crunch es el sonido asociado a la noche. La crema de cucaracha, a su turno, será lamida por los perros. Pero para entonces habrá llegado la mañana. 

Ahora es la noche de maullidos y gatos negros. La esposa del conductor del Torino gime en el tercer piso frente del 1986; se la escucha amplificada por el viento del sur que rebota en las paredes. También llegan amplificados el goce del conductor y una bala perdida que dispara su voz grave: —te amo—. Se lo dice a la mujer desnuda, a la de la respiración agitada, a la del cuerpo chorreante. Pero acierta, a través del chaleco antibalas, en el pecho de la mujer policía. El rostro se le apaga. El conductor del Torino ha roto una promesa. Algo se pudre en la expectativa. Hay una furia que galopa por la ochava desde el pecho de la muchacha. Las cucarachas suben por el calzado y por las medias. Hace rato no pasa nada. Nada de lluvia. La penumbra invita al pensamiento. Pero dentro es todo ruido, como una maquinaria compleja cuyo mecanismo puesto en marcha ya no puede volver atrás. Como si se hubiera  eyectado un cohete. La noche avanza por las sogas de las horas. Las cucarachas atraviesan el mar Rojo esquivando el zapateo de los borceguíes. La policía aprieta los puños: nudillos blancos, contractura dolorosa. La mujer del tercero frente sale al balcón, fuma consumiendo el tabaco desde el anaranjado a la ceniza. Hay satisfacción en su rostro, como si supiera, como si se burlara. Y el cielo es un vientre estéril ausente de nubes. La sequía está henchida de impunidad. La muchacha siente náuseas.  Las cucarachas parecen saludarla en su tránsito hacia la alcantarilla. Pero la agente sabe esperar. Cuenta los días desde esa noche de ceguera. 

Han pasado tres semanas enteras, veintiún rondines sin hoyuelos. Varias veces ha visto fumar a la silueta aunque el viento del sur no la haya hecho hablar. Esta noche hay olor a temporal. Las cucarachas andan de prisa. La tormenta se desata poniendo a prueba el acero de las alcantarillas. El ruido del Torino apenas se siente. Estaciona como siempre y espera. La mujer policía corre hacia la puerta. Lleva una sonrisa como mueca, habla a gran velocidad y el agua de lluvia le chorrea por el cabello y en el interior del uniforme. Su mano juega con la flacidez del mundo hasta sentirlo rígido. Las venas se hinchan en un galope ebrio. El rodete está perfecto. Baja la cabeza y el torso llevando las manos atrás. Hay un placer misterioso en ese dejarse agarrar de las orejas. Una vibración hermosa en escuchar ese —Chupa trolita—. Se deja hamacar en el vaivén. La lluvia es una aliada atenta. Está a punto de brotar, ya casi, ya casi. 

La mujer policía baja del coche, el Torino vuelve a arrancar engullido por el agua de la noche. Un resplandor azul anuncia el rondín de la patrulla policial. Dos hoyuelos novedosos y un caramelo de menta que esconde el gusto de la sangre, acompañan el parte de novedades.


Victoriano Campo

Escribo para mantener a salvo los rudimentos de la cordura y recordar la certeza de lo efímero. Pensando en cosas absolutas pese a la fugacidad de la existencia. Persigo la tranquilidad, la calma y el equilibrio. Sé que los interrogantes más elementales permanecerán sin respuesta. Viajo herido de muerte, celebrando la vida.

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4 comentarios

  1. Cristina Ruberte París

    Nunca viajaré a lomos del Torino 🥹

    Después de leerte me inquieta pensar que esta noche también sea de gatos…

    Gracias por tu relato, Victoriano.

  2. Me llevas, siempre y llego hasta lo que tú haces realidad en mis pensamientos que mágica tu lectura !

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