Es complejo escribir sobre el poemario de Víktor Gómez, Sobrante. Es complejo por su temática y por la forma en que trata las palabras, reconceptualizar conceptos a través de una puntuación gramatical personal:

“lo que falta se heredó del vértigo y la asfixia”.

Lo primero que surgen son preguntas, asumir una posición de no saber, de no dar por sentado.

La carencia, aquello que no se tiene – y posiblemente no se debería tener – deriva de una herencia. El vértigo conduce a un estado de incertidumbre y miedo frente a un abismo. Pero ¿a qué tipo de abismo se refiere el autor? Desde mi lectura, a una estructura de la constitución de la persona. Esa carencia es traumática porque linda con la asfixia: falta de aire, falta de saber.

Se puede entender que el deseo de saber radica en la evidencia de que no se sabe. Y la poesía se apuntala en esta máxima. La poesía no es un saber que lleve a absolutos, la poesía radica en la propia cuestión de la carencia, como dice el autor, “la poesía ¿es cuestión de no saber?”. Pero ¿de qué cuestión y qué saber se ocupa la poesía?

“no se puede vivir sólo en la realidad consensuada”.

En primera instancia están las cosas y el lenguaje. Las cosas son en la medida que las nombramos: la palabra es la muerte de la cosa. Aquí está la paradoja. Para nombrar hay que sustituir o eliminar el elemento. Esto en sí mismo es una carencia que se hereda. La palabra es clave para el poeta, intuye que algo de la esencia está en ellas. “la esencia –lo que segrega la palabra”.

No es en sí misma la palabra la que evidencia la esencia, es aquello que se segrega de la misma. El resto es el sobrante de la palabra. Con dicho sobrante aparece la carencia.

Me doy cuenta de que quizás estoy dando demasiadas vueltas a un mismo argumento, pero es necesario para entender algunas cuestiones básicas:

la palabra es el medio para que la persona encuentre la esencia, sólo mediante aquello que no se alcanza con ella; el sobrante.

Es con el hueco o el vacío que deriva de ello que aparece la carencia, lo que nunca se alcanza, aunque se busca.

Esto nos lleva a un posicionamiento claro “no se puede vivir sólo en la realidad consensuada”, como indica el autor. La poesía es un conocimiento de los límites del lenguaje y la realidad consensuada, es lo que permite experimentar y elaborar nuevas formas de vivir.

Esas formas diferentes de vivir tocan directamente la cuestión del deseo: “límites –lo anónimo de sí. no alivia poseer lo deseado, ni que se escape de las manos. hacer tablas resulta ser más frustrante que ganar o perder la partida. fluctúan las identificaciones”.

Hay una cuestión que es sabida pero ignorada: lo que se desea no es el objeto, es el deseo de desear. Esta cuestión está en percatarse que los límites, aquello que es lo extraño de sí mismo, es lo que permite repetir una equivocación que conduzca a una nueva solución. Sin lo extraño, si todo es conocido, no hay nuevas perspectivas. Ahí está el saber poético: de lo común y conocido extraer lo extraño y nuevo.

Para dar un ejemplo de este desarrollo me valdré de una frase del autor: “le debemos la noche a un sol que no habla”. Se puede comprobar cómo el autor intuye una cuestión fundamental: los astros tienen consciencia. No me refiero a una consciencia cualquiera, en concreto es el habla de las órbitas. Una repetición cíclica que conduce a estados aparentemente consabidos. El sol puede hablar, pero decide no hacerlo. Es cuando se produce la noche. El no decir del sol conduce a la noche: en concreto “le debemos” al sol que acontezca otra cosa. Estamos en deuda ante un astro que habla y que decide callarse. Ese silencio, es la ausencia. El vacío que se asume como falta.

A través del aforismo poético el autor rompe radicalmente con el conocimiento común de lo que es el sol y la noche. Además introduce una cuestión que es estructural del ser humano: la deuda por ese deberle al sol.

El autor sabe significativamente que el cuerpo y el deseo están entrelazados: son la misma cosa sin serlo. Lo intuye porque pudo hablar de lo que es la falta con relación a la palabra. Y la palabra es del cuerpo: es un sonido del cuerpo. Por lo tanto, “el cuerpo (no) asume deudas”. ¿Qué significa ese entre paréntesis? Lo que Freud ya comentaba en La interpretación de los sueños, el sujeto deseante afirma hacia su dese, luego niega su deseo y finalmente niega dicha negación para afirmar.

Es una cuestión de lingüística: al decir matamos la cosa. Hay un elemento de eliminación. Es necesario que algo se segregue de la palabra para que aparezca un sobrante. Y es aquí donde aparece la sombra del saber. Un elemento extraño que nos permite indagar en lo que se da por supuesto, lo obvio: el poeta es el escritor de lo obtuso.

Quiero finalizar con una cita de “Sobrante” que sintetiza su lectura: “Puede que lo esencial sea aquello que la conciencia descarta como sobrante”.

              Lo esencial no está en la consciencia, sino en el sobrante. La clave está en lo que se desprende, en el resto que surge de la operación de hablar, de decir. Así como el sol calla y la noche acude (una extensa sombra que cubre), el poeta acude a los límites de la escritura y el lenguaje para adentrarse en el secreto del ser hablante.            

“El deseo sobrante es condición del secreto: retorna como revuelta íntima que no puede decirse aún”


Sobrante

Viktor Gómez

Editorial: La Garua

Poesía

Colección La Garúa, 80

ISBN 978-84-120084-7-0

60 pág. | Octubre 2019


Iván Navarro

Psicólogo Social, Investigador y Psicoanalista. Socio de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis de Valencia. Es autor de los poemarios Necesaria subjetividad (2021, Cuadranta) y Porque nadie sabía como llamarte (2023, Ole Libros) Es coordinador de Mínyma.

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