Recuerdo haber sido una persona que le cargaba recomendar o regalar libros. Para mí, elegir un libro es un acto íntimo, que revela algo propio y también que crea una expectativa para con el otro: queremos que esa persona aprecie algo que para nosotros puede ser importante, hacerlo partícipe de esa magia o de esos momentos que nos hicieron reír o llorar. Por eso es normal sentir cierta neurosis al momento de plantarse en una librería y recorrer los distintos pasillos, viendo las novedades, los clásicos, los libros de temáticas científicas, filosóficas, políticas o históricas. Incluso los de autoayuda o los que escriben influencers. Esto se hace notablemente más complejo cuando la persona a la que queremos regalar tiene gustos muy distintos a los propios o si se trata de alguien que no es un lector ávido, pero tiene ganas de iniciarse. 

Yo era una persona así, hasta que leí “Poeta chileno” y nunca más volví a sentir inseguridad a la hora de recomendar o regalar un libro, y es que esta novela -hasta ahora- no falla. Llegó a mí por recomendación de un amigo librero y fanático de la obra de Alejandro Zambra y desde entonces cada persona a la que he instado a leer este libro ha salido con la misma satisfacción. Todo esto me hace pensar que, tal vez, todos los lectores de “Poeta chileno” pertenecen a una cadena infinita de recomendaciones, donde no hay un lector cero y esta obra ha ido pasando de mano en mano como un secreto no tan secreto.

“Poeta chileno” es una novela escrita por Alejandro Zambra y publicada por editorial Anagrama. Querer encasillar a Zambra en una categoría literaria específica es imposible. Ha escrito poesía, relato, novela, ensayo y la lista probablemente suma y sigue. Sin embargo, si debemos elegir una obsesión clara en la literatura zambriana (sí, creo que amerita la creación del adjetivo), esa sería la poesía y es que es en ese género que están las raíces de este autor. 

La poesía juega en esta novela el papel de Zeitgeist, recorriendo el devenir de Gonzalo y Vicente, padrastro e hijastro, permeando las decisiones que los llevarán a separarse y reunirse, a iniciar y terminar relaciones. En definitiva, a vivir. La poesía se nos muestra entonces en todo su esplendor y decadencia: vemos cómo Vicente se encuentra de niño con los libros de poesía de su padrastro y va desarrollando con ellos una relación, una especie de consuelo ante el vacío que deja la ausencia de Gonzalo, hasta convertirse él mismo en un joven poeta; por otro lado, vemos a Gonzalo, un hombre maduro que entregó su vida a la literatura y busca su oportunidad en el círculo de hierro de la poesía. Pero este libro y sus personajes, más allá de lo dicho, no son héroes trágicos ni personajes imposibles o idealizados. La poesía no se presenta en forma endiosada, la literatura tampoco y los protagonistas son personas comunes, cargadas de sentimientos y problemas cotidianos. La clave de esta novela es esa: decirnos que la poesía se encuentra en lo cotidiano, en lo que muchas veces se da por hecho o se ignora por conocido. 

La novela actúa también como testimonio de la escena poética chilena actual. Zambra, por medio de sus personajes, representa un paisaje post mistraliano, nerudiano y parriano. Nos pone los pies en la tierra y nos enseña el mundo real de los poetas con sus fiestas, ocasos y ambiciones, además de darnos un recorrido por las vidas de estandartes como Armando Uribe o Raúl Zurita. 

Pero no solo de poesía ni de poetas chilenos va este libro. Zambra se aferra a las relaciones, a los padrastros e hijastros, a las distancias y pérdidas para luego darnos un reencuentro, el cual se siente agridulce y se carga de una sensación de querer detener el tiempo, de quedarnos pegados eternamente en un momento preciso. Y es que de eso va para mí “Poeta chileno”, de detenerse un instante en la felicidad más pura y simple que nos puede dar una conversación cotidiana, del poder de la literatura para romper barreras de tiempo y espacio, uniendo a padres e hijos que, aunque no lo sean en sangre, lo son en letras.


Mauricio Rojas

Escribo un poco para escaparme y otro tanto para encontrarme. También para llenar esos vacíos y poner en duda todo aquello donde se presuma certeza. Por último, escribo por contradicción, por impulso y por necesidad. En palabras de Lihn: “porque escribí estoy vivo”. Además de escribir, en Irredimibles coordino las publicaciones en Instagram.

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