Por José Luis Martínez Valero

Orihuela con sus templos y alusiones simbólicas supone un enigma, cuyo significado hay que descifrar. Sus habitantes conviven con estas preguntas, están habituados a descubrir que tras la primera realidad hay otra. Las casonas y sus patios, huertos, paseos, jardines, la montaña, los jesuitas y Gabriel Miró, Miguel Hernández y Ramón Sijé, han hecho de Orihuela una ciudad que vive y se ve viviendo. Hay ciudades que son preguntas y ciudades que son respuestas.

FUE VORAZ, título del libro, podría ser parte de una respuesta: todo lo que veo es engañoso, sin embargo, actúo como si el mundo real fuera este. Entonces todo acaba siendo irreal, constituye un relato en el que lo que vemos, de algún modo ya estaba escrito, sin embargo, continuamente hay otro yo, que es el mismo autor, tú autoreflexivo, sentado en cualquier parte, que escribe frenéticamente, quien, a su vez reconoce al escritor y sujeto de esta obra con un enigmático, irónico ¿tú?, expresión de su sorpresa, al descubrir que, aquello sobre lo que se está escribiendo, es real. Se trata de un libro lleno de sugerencias, de alusiones, se abren al lector conductos por los que a menudo entra un aire fresco que renueva, elimina tópicos y concluye el poema.

Así que mientras uno pasa el tiempo entretenido, oye música, dibuja, va al cine y parece que hace una vida normal, el otro escribe. ¿Qué significa escribir? Quizá deberíamos decir, ¿por qué se convierte en una necesidad? Si consideramos que las palabras son las mismas, nada falta para elaborar nuevos textos, el acierto estaría en responder a todas nuestras interrogantes con los clásicos, esos libros sobre la aventura humana, donde ya se plantearon todas las dudas posibles.

Sin embargo, descubrimos que las palabras, que conocemos, son mudas, permanecen bajo el agua, y sólo percibimos unos gestos ambiguos que es necesario descifrar. Si la lectura nos lleva a la escritura, esos “rastros de tinta”, será porque cada tiempo tiene su sintaxis, hemos de reordenar ese puzzle que conforman las letras de cada texto para aportar otra luz que ilumine el camino, de ahí esa hiperactividad del testigo que escribe de modo frenético.

Recuerdo un cuento que escribí hace años, en el que todos los días un individuo se sentaba en la misma mesa, pedía el mismo café con leche, las mismas tostadas y pasaba unas horas escribiendo las mismas palabras, una y otra vez. El supuesto escritor había de repetir exactamente lo mismo. Sus obras completas podrían estar resumidas en esa línea o frase que continuamente repetía. Claro que no escribía lo mismo, quiero decir de la misma forma, cuando estaba inspirado, fastidiado, alegre, simpático, triste. Cada estado de ánimo producía un tipo de letra diferente.  

La irrealidad, convierte al texto, en un ensayo sobre la relación entre el tiempo y el espacio, el yo y lo otro. Dota a sus palabras de una profundidad en la que lo aparente y lo virtual constituyen el contexto en que sucede.

Los textos que componen este libro son poemas narrativos, se habla de experiencias que resultan trascendentes. Asistimos a ese descubrimiento que es abrir la realidad, presenciamos el momento en que coinciden el hecho y su relato, el poeta es quien da nombre a las cosas. Quizá podría haber dicho que el poeta se sirve de una prosa poética y habría esquivado esta reflexión, pero no comprendería lo que creo debo decir para exponer mi opinión sobre este texto. No son las palabras, el tono, la selección de objetos, se trata de otra sintaxis, como el que inicia un nuevo camino. El lugar del que parte y el lugar al que llega son los mismos, pero el trayecto es otro. Así los textos de Alejandro López Pomares se convierten en un viaje que comprende todo el libro, incluidos los agradecimientos, que son el otro poema que confirma la realidad de la obra.

Toda escritura es un viaje, su recorrido no es simple. Las cosas y las palabras no suelen coincidir. De ahí que debamos sorprender al lector de modo indirecto, para que proyecto y resultado coincidan. El escritor no debe entrar al trapo, sino mover términos y acciones de modo que queden huecos. El hueco y el relieve son importantes, conforman la realidad del mundo en el que vive Alejandro y también ese ¿tú?, que gracias a la interrogación declara la disolución del yo reflejado en ese “tú” dudoso. El espejo no conserva la imagen, aunque hoy reflejados por tantos medios somos ese punto en la foto que probablemente identificamos entre los miles de asistentes al espectáculo. 

A veces me recuerda la imagen del cielo en los cuadros de Charris, esas redes que no sabemos si conforman el mundo en que vivimos o bien son unos muros que lo cierran. Vivir en un mundo donde parece que no somos necesarios, un mundo que vamos consumiendo y agotando, así en Me atraviesan, leo: Me llega un mensaje al móvil y lo miro/ y subo otra vez el brillo, porque cada vez veo menos,/ y abro el e-mail y nada,/ y miro Facebook y nada,/ sugerencias y mensajes de la misma gente día a día, / y entro en Twitter, que me abruma con su exceso,/ pero me detengo en un tuit de Agustín Fernández Mallo/ que me lleva a la web de Microsiervos/ y a la idea de que el mundo se devora a sí mismo…

Leamos el primer poema, se titula “Por ejemplo…”, propone mostrar un camino y lo aceptamos. Declara que no sabe en qué momento tuvo la idea de hacer ese viaje en tren, elige   un medio convencional, transporte colectivo, que transcurre sobre un paisaje que en sí mismo tiene un valor añadido, estamos en plena naturaleza. El hecho de que renuncie al móvil y que lleve lo imprescindible para esos dos días que va a emplear, indican que se dedicará por completo a desarrollar su proyecto, quiere obtener una experiencia directa de la escritura, nada de falsas imágenes, se trata de escribir un relato, un poema, no de producir un corto.

Sin embargo, el protagonista, quizá debamos llamarlo autor, es incapaz de escribir una sola línea. Esta declaración totalmente contraria al motivo del viaje, puede tener un alcance simbólico. El viaje como escritura no es compatible con el viaje real. La ficción y la experiencia tienen un origen común. Hechos y palabras, aunque no sean incompatibles, son como raíles que apenas coinciden, si no es para cambiar de rumbo. De ahí que prosiga y ponga nombres a los personajes, exponga biografías diversas, como diversos son los motivos de cada viajero para trasladarse de un punto a otro, así aparece el turista, la pareja, la mujer del pañuelo, el anciano, más decenas de personas que durante horas no leen. Sin embargo, el probable autor no escribe. Todo el proyecto se viene abajo, se convierte en una frustración, ya que era el motivo de su viaje. Confiesa el viajero: Forzándome/ no conseguí más que unas pocas líneas./ Ni siquiera trabajé sobre la idea principal.

Entre tanto, relata cómo ha pasado el tiempo: fuma en el aseo, visita el vagón restaurante, camina a lo largo del tren, y a la vuelta encuentra al otro, sentado en su mismo sitio que escribe frenético. ¿Quién es ese otro? ¿Alguien que ha aprovechado el sitio libre? No, es él mismo, que hace lo que el otro distraído por mil cosas no ha podido hacer. Se trata de una especie de conciencia que escribe. Al no conocer ni una sola frase de lo que escribe desconocemos lo que hace y por qué lo hace. Quizá ha escrito como el que fuma, pasea por el tren o visita el restaurante. Ocupaciones que son ajenas, digámoslo de modo grandilocuente, son ajenas a la creación. No obstante, sabemos lo que dice, especie de autorreflexión: no eres otra cosa que el típico viajero, lo que podríamos entender como sólo eres uno más que escribe, sin que por diferentes motivos que no vienen al caso, haga algo definitivo. Te conformas con dar vueltas, como si dispusieses de un caleidoscopio y cada vez que lo giras te parece que has encontrado el texto que buscabas, para poco después, al volver a leerlo, comprobar que es otro proyecto frustrado. Porque un libro nunca se acaba de escribir.






JOSÉ LUIS MARTÍNEZ VALERO, Águilas, 1941, Catedrático de Instituto. Ha publicado: Poemas, 1982, La puerta falsa, 2002, La espalda del fotógrafo, 2003, Tres actores y un escenario, 2006, Tres monólogos, 2007, la plaza de Belluga, 2008, El escritor y su paisaje, 2009, Libro abierto, 2010, Merced 22, 2013, La isla, 2013, Daniel en Auderghem, 2015, Puerto de sombra, 2017, Sintaxis, 2019, próximo: Otoño en Babel.

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