Con dos pesos ya no alcanza es el tercer volumen de poemas de Ana Belén Jara, publicado este año por Ril Editores. Paso las páginas del libro para buscar el título que le da nombre en algún poema, o entre los encabezamientos de las distintas partes: no lo encuentro. Al finalizar la primera lectura del libro, vuelvo a esa frase, que me parecía tan prosaica, tan alejada de la lírica, y que ahora se ha cargado de poesía pura. Con dos pesos ya no alcanza es el título más acertado que pudo haber encontrado la poeta: con su enorme carga de desengaño, de abatimiento, de nostalgia por todo lo que se fue con el pasado, perdido para siempre, irrecuperable.

Los poemas se presentan sin título, son cuerpos desnudos, despojados de nombres y al mismo tiempo con todo para decir. Esos poemas hablan de los temas universales de la poesía, tamizados por el sentir personal y único de Ana Belén. Uno de esos temas es la muerte. Esa palabra y otras del mismo campo semántico aparecen una y otra vez, casi obsesivamente, en los poemas. La muerte es presenciada, invocada, es secretamente temida; la muerte puede ser, también, una definición: “la muerte es apenas / el orgasmo de este rato / al lado de la vida”. (p. 81) La poesía de Ana Belén registra la muerte, la combate, la conjura, la escudriña… hace todo eso y más, porque quiere arrancarle su secreto.

Dos figuras destacadas en los poemas de Ana Belén son la madre y la abuela. Como todo lo que toca su poesía, la madre también es desentrañada en sus múltiples sentidos y valores, desde la ternura hasta la frialdad, desde las tareas cotidianas de la casa hasta el saber profundo acerca del cuándo sucederá o del qué decir ante —una vez más— la muerte.  

La abuela es el testimonio de lo que se pierde. Es la memoria misma que se desgrana, que se va diluyendo irremediablemente, con todo el dolor que eso provoca: “y yo lloraré y preguntaré ¿qué viene ahora? / y me secaré y seré consciente de que es ella / y no otra /

la que ya nunca / nunca más / se acordará de mí.” (p. 95)

En el poemario de Ana Belén hay un allá y un entonces al que la palabra vuelve, consciente de que volver resulta imposible. Un allá que es un Jujuy de otra época, con una geografía que participa de lo urbano y lo silvestre, con nombres que se despliegan en el plano poético de la ciudad y que despiertan resonancias entrañables en los lectores locales y curiosidad en los de otras latitudes. Un entonces que es la infancia, los años de la adolescencia, los sentires de otro tiempo que se pierden junto con las fotos del álbum familiar.

La infancia que nos traen estos poemas rescata algún que otro momento afable, pero no está romantizada. Por el contrario, exhibe las cicatrices dejadas por la crueldad de otros niños en el sujeto lírico, lo que en cierto modo explica la soledad en la que parece sumergirse irreparablemente. La adolescencia, por su parte, es algo que había que arrancarse, que dolía: “aquella poción para matar sueños / que pedía al universo / que por fin / la adolescencia / dejara de doler”.

Hay mucho más en los versos de Ana Belén, y también hay silencios que llaman la atención. Puede parecer sorprendente que en una voz poética tan joven resuene con tanto dolor y nostalgia lo que ya no está, y que el amor pasional esté prácticamente ausente.

Este volumen se nos aparece como una caja de postales viejas que se repasan para que el pasado deje de doler. Aúna lo mejor de la poesía sin dejar de lado la narrativa, porque en sus versos se articula también lo anecdótico, eso que nos deja con ganas de leer más, de saber qué sucedió después.

Es un libro que solo puede leerse con agradecimiento. A Ana Belén, por su pluma bella, profunda y generosa, y también a los editores, que en una época inclinada a lo prosaico y mercantil, apuestan con todo por la poesía.


Patricia Calvelo, docente e investigadora de la Universidad Nacional de Jujuy. Como poeta y narradora, publicó “Pasajero solo” (poemas, 2000); “Fórmula para incendiarios” (poemas, 2008) y “Relatos de bolsillo” (microrrelatos, 2006/2023).

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