—Disculpame, pero lo que vos necesitás es que te sacudan un rato largo —. Yo la miré ingenuamente.—Que te cojan, Cris, que te cojan —acotó Vicky con énfasis justo en el momento en el que había mermado mágicamente el ruido ambiente del bar del Rulo. Sentí algunas miradas que se dirigían hacia nuestra mesa y quise que la tierra me tragase.

Nunca había sentido tanta vergüenza en mi vida, salvo cuando abrí las piernas por primera vez ante un ginecólogo. Recuerdo que la recepcionista me había entregado el espéculo descartable y yo lo tenía aferrado entre mis manos cuando me acosté y apoyé los pies en los estribos de la camilla. Mientras el doctor me sacaba la muestra para el pap, tiró esa pregunta que no tenía respuesta.

—¿Edad de su primera relación sexual?

No supe qué responderle, sólo me quedé mirándolo avergonzada. «26 años y estamos como cuando vinimos de España», habrá pensado, pero solo me dijo:

—Tire el espéculo al cesto de residuos. En estos casos no se hace colposcopía.

Obviamente cambié de médico; el bochorno me impidió agendar una segunda cita. Sin embargo, no hay mal que dure cien años -ni virginidad tampoco- y mi ex marido se ocupó de remediar la situación.

—Tenés que volver al mercado, Cris — insistió Vicky. — Ya está, 3 años es más que suficiente. ¿O querés que te agarren los 50 con telarañas? Y no me vengas con el amor, con un compañero y toda esa estupidez. 

Para mí no era una estupidez en absoluto. Con Edu habíamos sido relativamente felices, la pasión era algo formidable, como un vendaval y un incendio al unísono, pero fuera de eso no teníamos mucho en común, mejor dicho, nada. Ni siquiera un hobby nos unía. Según mi terapeuta, me casé con él porque me había desflorado y el mandato parental así me lo imponía. Algo de eso hubo, para qué negarlo.

—Yo necesito un compañero. Eso, que acompañe, que comparta. Después el sexo amoroso viene de suyo. 

—Un succionador a pilas es más barato y mejor compañero. No te contradice ni discute, no te roba la libertad…

Mi amiga me conoce mejor que yo. No es que Edu me cortara las alas, pero no tener nada que compartir salvo los gastos y buen sexo a lo único que nos llevó fue al desgaste, al aislamiento, a una forma extraña de ser prisionero del otro. Ahora, ya divorciada, mi libertad es innegociable.

Cuando apareció Franco yo sentí que todo lo que estaba bien se había encarnado en un hombre. Haberme anotado en esa reunión de solos y solas había sido un hallazgo. La organizadora tenía fama de garantizar relaciones duraderas. Yo soy medio chapada a la antigua, lo del touch and go no es lo mío.

Me había sentado en la mesa 8 con mi cartelito de «Cris» pinchado en el pecho. Hablé 5 minutos con Abel, David, Charly; pero los 5 minutos con Franco se tornaron 5 horas de arte, música, cine, filosofía.

Las semanas siguientes fueron mágicas y Franco, un hechicero.  Martes, abono en el Colón; miércoles, cine; jueves, tertulia literaria; viernes de jazz. Fines de semana partido de polo o rugby, alguna salida a una disco de moda. 

—Me encanta estar con vos, compartir todo con vos, acumular recuerdos imborrables para nuestro futuro — me dijo una tarde frente al “Estudio de manos” de Rodin, en la sala impresionista del Museo Nacional de Bellas Artes. Luego, me abrazó con dulzura y me besó la frente, mientras el guía nos sacaba una foto con mi móvil a pedido de Franco.

Nunca jamás había tenido un compañero tan compañero. La vida a veces te regala instantes cargados de ternura y Franco tenía mucha para dar.

—Che, decime y de coger ni hablar, ¿no? —me dijo Vicky semanas después, mientras le hacía señas al Rulo que nos trajese dos cafés. —Vos tenés que desmarcarlo, desconcertarlo, sacarlo de la rutina

No había apuro, había esperado 26 años, podía esperar 3 meses más. Pero todos alguna vez en la vida nos mentimos. Ahora lo sé.

Pasaba el tiempo y las telarañas comenzaban a invadirme. Entonces decidí seguir los consejos de Vicky. Igual Franco continuaba siendo un perro fiel, a pesar de que lo llevé un domingo a la popular de La Bombonera; una noche a escuchar 5 grupos de cumbia villera regada con fernet con cola bebido de una botella descartable cortada al medio. Craso error, el muñeco este parecía saber de todo o tenía un ventrílocuo que le tiraba letra: las formaciones de Boca de los últimos 30 años, las canciones de cumbia que yo tanto detesto,  

Aunque dudo si es que realmente sabía de todo o simplemente sentía una imperiosa necesidad de agradarme, de acompañarme a todos lados, algo que se había vuelto tedioso, asfixiante.

Nunca jamás había tenido un compañero tan demasiado compañero, rayano con lo insoportable. La vida a veces te regala instantes infestos de ternura y Franco ya me tenía los ovarios inflamados con tanta. Perrito faldero.

Sus dedos de tembleque, sus besos insípidos, su voz anodina me aburrían hasta el hartazgo y por mi bien decidí dejarlo, aunque confieso que a él le costó un poco soltar. 

Se me aparecía a cada rato y en todas partes, una mezcla rara de Droopy con Freddy Krueger. Mi móvil se había atestado de mensajes y fotos que él denominaba «cúmulo de momentos inolvidables», «construyendo el bello pasado de nuestro hermoso futuro», «instantáneas y fragmentos de un amor puro y eterno».

Yo lo llamo acoso tóxico y enfermo. Así lo asenté en la denuncia junto con las fotos que me tomó a escondidas, incluso durmiendo.  Por suerte la perimetral de 300 metros a la redonda parece mantenerlo a raya, al menos por el momento.

—Acá tenés tu Satsfyer último modelo —me dice Vicky a los gritos mientras apoya un paquete envuelto para regalo encima de la mesa del bar. Puedo sentir la mirada burlona de Rulo y quiero desaparecer. —Ahora, dame eso —dice arrancándome el móvil de entre las manos.

—¿Qué hacés?

—Nada importante, te descargo Tinder. Ya que no te atrevés a pescar vía Telegram…—Victoria tipea y se ríe. —Termino tu perfil y…

—Sabés que no me gustan esas cosas, son peligrosas.

—Las relaciones humanas a veces son peligrosas, Cris —me responde mirando la pantalla. —Ese es el dinamismo que tienen; a veces son buenas, otras, no tanto— acota y luego larga una carcajada. —Pero a veces, unas pocas, son sorprendentes —me dice mientras me muestra que Tinder confirma que tengo un match con un tipo que tiene el mismo rostro que Rulo.

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