Relato seleccionado en el II Concurso de relato filosófico Fundación Escritura(s), Talleres de escritura Fuentetaja, Filosofía&Co y Editorial Gredos (RBA)
Dialelo
Como puede embute algo de ropa en una maleta pequeña. Saca dos fajos de billetes escondidos bajo las baldosas, guarda uno en la entrepierna, el otro, entre la media y el zapato. Revisa que esté el pasaporte en la billetera. Cada minuto que pasa, se asoma impaciente a la ventana. El taxi no llega. La llamada que dejó pasar al buzón le avisa que la vía está cerrada.
Se esconde entre las sombras. Corre, corre y no descansa. Está agitado, le falta el aire. Siente un dolor que le punza a un costado y lo obliga a detenerse. Se aprieta el estómago. Ve dos sombras en la esquina que van creciendo y empieza a correr de nuevo. Aumenta el dolor en el pecho y en el vientre y baja el ritmo. Escucha pasos que se acercan. Avanza más rápido, y tras de él, los pasos también lo hacen.
Ve sesgadamente a alguien abalanzarse, le hacen zancadilla y cae dando botes. La débil luz de la farola descubre a dos jóvenes que al parecer no superan los veinte años. Alcanza a ver que uno de ellos esconde algo entre las manos, imagina lo que puede ser y grita. Las miradas que intentaban ocultarse tras las cortinas, desaparecen en la oscuridad.
—¡Ayuda, por favor!
—Nadie te va a oír, Manuel, ahora estás solo.
Se escucha el eco de un grito de dolor. Manuel percibe el olor a carne quemada.
Empieza a toser, se gira y ve a lo lejos las llamas y un torbellino de humo negro extendiéndose hasta el cielo, que se traga todo a su paso: los árboles, las casas, su niñez…
El timbre del teléfono interrumpe la pesadilla de Acacio y queda sentado en la cama. Mira el nombre en la pantalla. Es Gregorio.
—Aló, ¿qué pasó? ¡Dígame!
—Algo horrible, esto ya pasó de castaño oscuro.
—¿Qué pasó, Gregorio? ¡Hable ya!
—Ya apareció Manuel, lo colgaron, pero antes, le escribieron traidor en la frente y al rojo vivo.
—¡Aaah!… Qué terrible.
—¿Es todo lo que va a decir?
—y ¿qué puedo decir? ¡Ellos se lo buscaron!
—¿Los está justificando?
—No, no es eso, pero eso se veía venir. La gente no se iba a quedar de brazos cruzados viendo cómo de nuevo la justicia se les ríe en la cara.
—¡Eso no es justicia, es venganza!
—¡Ay ya!, hoy no. Ya no quiero volver a escuchar reproches por no sentir pena por él ni por los suyos.
—Acacio, yo lo entiendo por todo lo que ha tenido que pasar, pero esto no es lo que yo buscaba.
—No, usted no entiende nada. Al fin y al cabo… usted solo perdió «cosas».
—Entonces, ¿qué vamos hacer?
—Ahora es nuestro turno, Gregorio,
—No estoy seguro si hablábamos de lo mismo. Usted puede hablar con ellos, siempre lo escuchan. Dígales que tengan paciencia, que vamos a hacer justicia.
—Usted sabe que no tenemos tanto poder como para hacerlo. Tengo que colgar, aún no he terminado mis discurso de nombramiento, aproveche el poder que tiene ahora, y hallará la manera de hacer un poco de justicia.
Colgó el teléfono. Abrió el cajón de la mesa de noche y sacó una libreta. Con el dedo índice buscó a Manuel Pérez, entre una larga lista de nombres y lo tachó.
Luego la regresó a su lugar y volvió a dormirse.
Lana Oros