Dice Rodolfo Serrano que siempre ha escrito e, incluso, que se ha ganado la vida escribiendo como periodista, aunque, como diría Oscar Wilde, no hay que pensar por ello que no ha intentado vivir honestamente. Dicen en algunas de sus biografías que es el orgulloso padre de Ismael Serrano pero en Irredimibles hemos presenciado la reciprocidad de este orgullo. En la pasada Feria del Libro de Madrid 2022, mientras Rodolfo firmaba ejemplares de “Vallecas: Los años de barro” (El comic sobre su barrio que ilustra Román Lopez-Cabrera), la fila se iba haciendo más y más larga en la caseta de la Librería Muga. Quienes formaban la fila esperando la forma de Rodolfo podían ver cómo Ismael Serrano iba diciéndoles “Ese, ese es mi padre” con la mirada y el corazón llenos de orgullo.
Pero aunque Rodolfo escriba comics, ensayos y las letras de las canciones de algunos cantautores por lo que es conocido en el mundo de la literatura es por sus fabulosos poemarios. Rodolfo es uno de esos escritores cuya poesía se ha visto reivindicada por generaciones más jóvenes (al igual que le ha ocurrido a Karmelo C. Iribarren) traspasando con sus versos generaciones y sensibilidades.
A buen seguro, no tanto como sus hijos pero, los Irredimibles, también estamos orgullos de que Rodolfo Serrano nos haya permitido publicar en nuestra revista uno de sus poemas “Café Nacional”, por lo que le estamos sumamente agradecidos.
Café Nacional
A Valentín Martin, que, estoy seguro,
tomó allí más de un café y alguna consigna
y a Manuel Rico, que vivió, tan de cerca, aquellos años
Recuerdo.
Veladores de mármol.
Y un sifón
con vasos, cristal grueso, y cucharillas.
Y un rumor apagado,
grises conversaciones
y el aroma, muy suave, del café.
Viejos conspiradores esperando
una revolución que no llegaba.
Aquel viejo café. La vida entera
detenida en las mesas.
Las miradas
alertas (“¿te habrá seguido alguien…?”),
las consignas,
los nombres de guerrilla,
y los ancianos ojeando el ABC.
Me viene a la memoria
como fotografía
amarilla de tiempo y de nostalgia.
Tantas cosas.
Esa luz que rompía los cristales.
Las citas en voz baja,
los avisos.
El camarero ausente, sordo y ciego.
El café Nacional
en la rotonda de aquel hotel de Atocha.
El hermoso café
donde creímos
vencer a dictadores
a base de palabras, poesía
encendida y viva y militante.
Esa revolución que amamos tanto.
Un día lo cerraron.
Abrieron una
cafetería americana de colores.
Quedaron allí muertos nuestros sueños,
con los viejos sifones, con el mármol
veteado, igual que nuestras ansias
de aquella libertad que nunca nunca
conseguimos traer a nuestras vidas.
(Pero que nos hizo, algún momento,
iguales a los dioses, inmortales)
Rodolfo Serrano Nació en Villamanta, un pueblo de la provincia de Madrid, en 1947.
Como periodista, he obtenido el Premio Mesonero Romanos y el Premio Giménez Abad a la Mejor Crónica Parlamentaria, cosa de la que presume al final de las reuniones de amigos.
Escribe poesía habitualmente. También he escrito otros textos sobre periodismo, una novela, un comic y varios libros de nuestro pasado reciente. Escribir es su forma de vivir, de acercarse a la gente. Y es feliz cuando comprueba que hay personas que sienten algunos versos suyos como propios.
Gracias, amigos! Muchas gracias!
Más allá del mensaje del poema (Que me encanta por lo que tiene de memoria y derrota que no es derrota) me embelesa el dominio que tiene Rodolfo de encabalgamiento, lo hace parecer tan sencillo y natural que ni te das cuenta de la técnica tan precisa que hay en sus poemas.