Atlanta | 1 de Agosto de 2022
Antes de hablar de Bartleby, el escribiente, creo que es preciso conocer como fue la vida de su autor. Herman Melville, nació en el Nueva York de 1819. Fue el tercero de los ocho hijos de una familia acomodada venida a menos. Siempre estuvo orgulloso de su doble ascendencia revolucionaria, sus abuelos lucharon en la guerra de la independencia. No así de su padre, un derrochador que según algunas versiones se suicidó por encontrarse en la bancarrota, este hecho nunca lo confirmó su familia, profundamente religiosa.
Digamos que en su juventud fue un aventurero, se embarcó con 18 años en un buque que realizaba la travesía Nueva York-Liverpool, más tarde volvió a embarcar en un buque ballenero, cayó en manos de los taipi, una tribu de caníbales de los Mares del Sur. Los indígenas le vendieron como mano de obra a otro barco. Al atracar en Tahití fue acusado de amotinamiento con el resto de la tripulación y encarcelado en una prisión de la isla, de esta experiencia escribió sus dos primeros libros Taipi y Omoo (vagabundo), que tuvieron el suficiente reconocimiento como para que su autor ingresara en el círculo literario de Nueva York. En 1851 presentó los tres volúmenes de Moby Dick en Gran Bretaña. Fue un rotundo fracaso. Años después de su muerte se la consideró una obra maestra.
Durante 1855 publicó en el Putnam Magazine varios de sus relatos entre los que se encontraba Bartleby, el escribiente. También escribió poesía y ensayo, pero nunca vivió de sus libros. Durante mucho tiempo se ganó la vida siendo funcionario de Aduanas. Murió en 1891.
Bartleby, el escribiente, es un relato largo, ambientado en Nueva York, en un Wall Street muy distinto al de nuestros días, en el que la profesión de escribiente, “amanuense” como la denomina el narrador, era una de las que empleaba a más personas. Nunca se revela el nombre del narrador, un abogado dueño de un despacho legal, que se presenta en la primera frase del libro de la siguiente manera: “Soy un hombre de edad más bien avanzada”. Posteriormente, relata el comportamiento de los dos escribientes que ya tiene contratados, peculiares, sin duda, ya que uno trabaja bien hasta el mediodía y el otro a partir del mediodía. La hilaridad se instala en el lector, potenciada por la manera en que el narrador parece resignarse con el comportamiento de su personal. Como resultado de lo anterior decide contratar a un escribiente más, y aquí aparece en escena Buterbly. Ya la descripción del personaje auspicia su futuro: “pulcra palidez, penosa decadencia, incurable desconsuelo”.
Al principio el nuevo empleado es extremadamente productivo, su jefe está entusiasmado con él. Todo cambia cuando le pide que coteje los documentos que ha copiado, Buterbly contesta: “preferiría no hacerlo”, a partir de ese momento, esta frase la repite en numerosas ocasiones, y el verbo preferir pasa a ser utilizado por todos en la oficina, haciendo que el lector deba esbozar una sonrisa.
Baterbly, está en la oficina a todas horas, tanto es así, que el narrador descubre qué vive allí. A la inacción de Buterfly cada vez más manifiesta, se une la inacción del narrador, que se vuelve a resignar ahora ante las negativas de su nuevo empleado a realizar otros recados. Un día Buterbly prefiere no copiar, se coloca, como si de una estatua se tratara, en pie frente a la ventana y pasa horas observando el muro de ladrillo del edificio contiguo.
El narrador reacciona solo cuando los clientes se sienten incómodos con el escribiente, intenta echarle de la oficina. No puede, así que decide mudarse él. Es curioso el contraste del estoicismo del escribiente, con las cavilaciones de su exjefe, que en algunos momentos le compadece y en otros desearía asesinarle.
Tras la reclamación de los actuales inquilinos de su antigua oficina, que le increpan por haber dejado al escribiente allí, se suceden una serie de hechos que no dejan al lector indiferente y que culminan en la explicación que el narrador da para justificar el comportamiento del escribiente.
Del escribiente cabe destacar, la libertad para ir en contra de lo establecido, su “humilde terquedad” terminó con el que lo define Borges en el prólogo que hizo del libro y su individualismo, del que se desprende un enorme sentimiento de soledad, presente muchos años después en los personajes existencialistas que creó Kafka. Lo compararía con el Artista del hambre, en este relato el protagonista deja de comer quedando bajo la paja de su jaula, algo que le sirvió para ser el mejor en lo suyo. El escribiente a su manera también es un artista, un artista de la inacción libremente elegida, el lector ha de decidir si es producto de la locura.
Me alegro que te haya gustado. Saludos