VAGABUNDO


Sentado en la acera
esperas el sonido de una moneda 
en tu cestillo. 
Con esa mascarilla 
te crees a salvo del frío invierno.

En tus ojos azules 
se reflejan los unicornios 
que bajan de Santa Francisco el Grande escondidos entre las beatas.
Vienen borrachos los unos y las otras.
La Mahou ayuda a digerir los sermones. 

Me llamas cada día por un nombre distinto 
siempre el adecuado
como si adivinaras
que a veces no soy yo 
la que se acerca.

Admiro la paz recogida
en tu cara de niño
mientras me cuentas que la niebla
se te llevó el hogar
y trago tu ceguera.

Te pido que te vengas conmigo,
pero no quieres abandonar esa vida
que te arraiga al asfalto. 

Cada día espero ese momento que comparto contigo.

Hoy no conseguiste despertar.
En tu rincón solo queda una sombra, 
graffiti descolorido por el frío.
Los unicornios se diluyen en las alcantarillas y yo vuelvo a ser piedra.

CUANDO LLORA EL VIOLÍN

Llora un violín
en la plaza Mayor
la música reverbera en los soportales
los fantasmas bailan abrazados
persiguiendo un calor
que nunca volverá para ellos.
Felipe III tararea.

En la buhardilla de la esquina 
vive un poeta herido
el sonido le obliga 
a escribir una palabra, otra
y otra más.
Con su último aliento 
lanza los versos por el balcón.

Es un poema de amor 
escrito del revés
que se instala en tu cabeza, 
ocupa inesperado. 
Tú, que sólo tenías quince minutos
para desayunar 
te olvidas del balance,
de la cuenta de pérdidas,
de las ganancias 
y por un instante, 
tan mínimo como mágico, 
sientes que todavía estás ahí.

En la otra esquina 
tu alma dibujada en un lienzo blanco espera a que la veas. 
Algún día.

Atalanta

He querido ser un pájaro, un árbol, el viento, la lluvia, el rayo, el mar, el azul. Cuando escribo soy todo eso porque escribir es soñar despierto y te permite vivir mil vidas. Coordino el Club de Relato en Irredimibles.

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