Lector a tiempo completo, escritor amateur a tiempo parcial, he encontrado en la narrativa breve un modo de conjugar  mi amor a la literatura con mi gusto por la concisión y la síntesis. En el tipo de relato que prefiero debe haber compresión y estallido. Tiene que saltar alguna chispa, a veces un fogonazo. Debe arañar o por lo menos hacer cosquillas. No es raro que en lo que escribo aparezca lo fantástico, y si alguna vez logro combinarlo con el humor, el placer es máximo para mí y aspiro a provocar otro tanto en quien lo lea.

Con el relato “Àngeles” ganó el VII Concurso de Relato Casa de Aragón – San Jorge 2021

ÁNGELES

—Mire, mire esa escultura en madera. Fíjese qué bien se conservan los dorados. Están realizados con pan de oro. Aquella gente hacía las cosas a conciencia.

El tipo ya me estaba cargando. Era el clásico sabelotodo que cuando estás visitando tranquilamente una exposición, disfrutando  de tu soledad, en comunicación directa con las obras expuestas, sin intermediarios, sin filtros, pues se te arrima aunque nadie lo haya invitado y empieza a darte su opinión sobre lo que estás viendo. El típico plasta que pretende compartir con otros la pesada carga de soportarse a sí mismo.

 No era la primera vez que me pasaba. Por pura cortesía suelo contestar a estos fastidiosos personajes con algún monosílabo o, ya excediéndome, con algún bisílabo:  si… ya… bueno… claro… con la esperanza de quitármelos pronto de encima. Pero qué va. Este había decidido por su cuenta que yo necesitaba un guía.

—Fíjese en ese cuadro de ahí. Qué “sfumato” tan sugerente. Qué policromía, qué perfección en los pliegues del manto.

¿Por qué me pasa esto a mí? Yo creo que es por esta cara de bueno. Por esta santa paciencia que Dios me ha dado. Ya me lo dicen algunos, hijo, qué paciencia tienes, lo tuyo no es de este mundo. El caso es que yo aceleraba el paso tratando de despegarme de aquel individuo, pero él, con su flequillo lamido y sus gafas de culo de vaso, me seguía con un trote cochinero por todo el recinto.

Me gustan las exposiciones de arte sacro, y ésta, titulada “Angeli”, o sea, que iba sobre ángeles, me interesaba especialmente. Pero aquel tipo tan pesado me estaba dando la tarde. Además era un pedante, se tenía por un experto:

—Ahí está el arcángel San Miguel. Fíjese cómo blande la espada, era el jefe de los ejércitos de Dios. Es decir, que era el más importante de todos los ángeles. Por eso es un arcángel, que es como si dijésemos más que un ángel.

Fue entonces cuando me decidí a abandonar los monosílabos:

—Perdone, pero usted se equivoca. Los arcángeles pertenecen a la tercera categoría de ángeles, o sea, la más baja. Los más importantes son los serafines y los querubines, que están en la primera categoría.

—¿Los querubines? ¿Esos que son como niños de teta? ¿Cómo van a ser más importantes que San Miguel con su espada?

Aquello sometía a prueba mi proverbial paciencia, así que decidí ponerle a aquel sujeto los puntos sobre las íes:

—Mire usted, los querubines representados como niños son una interpretación libre del pintor Rafael Sanzio en un cuadro famoso, igual que hacen Murillo y otros muchos, pero no tienen por qué ser así. Eso son cosas de los artistas. En realidad están inspirados en la figura de Cupido.

El tipo se quedó sin saber qué decir.

—Además —añadí yo— los artistas los suelen representar con solo un par de alas, cuando lo cierto es que los querubines tienen dos pares, como acreditan las Escrituras.

—¡Sí, hombre! ¡Van a tener dos pares de alas! ¡Ni que fuesen libélulas! 

Encima de pedante, insolente. Aquel hombre me estaba sacando de quicio. Ya he dicho que tengo mucha paciencia, pero el día que la pierdo soy peor que el Apocalipsis.

—¿Y el demonio? —insistía el muy pelmazo— ¿Qué me dice usted del demonio? ¿Cuántas alas tiene ése? A ver, dígame

—Pues verá usted —le respondí controlándome gracias a un esfuerzo verdaderamente sobrehumano—. El demonio no tiene alas, lo pinten como lo pinten. A los ángeles caídos les fueron arrancadas  las alas al ser expulsados del cielo.

Aquello ya lo dejó con la boca abierta. Después la cerró y estuvo como diez segundos sin decir nada, lo que en aquel individuo debía de ser todo un record.

—Oiga, joven —dijo volviendo en sí—, usted no tiene ni la edad ni el aspecto de ser un teólogo como para saber tanto sobre ángeles. De lo que tiene pinta es de friki. ¿No será que se lo está inventando todo?

Nunca me habría perdonado abandonarme al ataque de cólera que me estaba rondando, porque solo Dios sabe lo que podría haber pasado. Le di la espalda a aquel sujeto, que se quedó mascullando no sé qué majaderías y, puesto que no iba a haber modo de librarme de él, me dirigí hacia la salida. Ya volvería otro día a disfrutar de la exposición, a ver si para entonces tenía más suerte.

Cuando salí a la calle era de noche. Miré a un lado y a otro, esperé hasta un momento en que no pasaba nadie, comprobé que no había por los alrededores ninguna cámara de seguridad y entonces me quité la gabardina. Extendí las alas e inicié el vuelo con un despegue vertical. Como llevo practicándolo desde el comienzo  de los tiempos, el despegue vertical me sale impecable.

Estaba ya tomando altura cuando vi a un niño que me observaba asomado a una ventana con los ojos muy abiertos. No era lo previsto, pero tampoco me preocupé demasiado. De todos modos nadie le iba a creer.

En el Club de Relato de Irredimibles se dan cita autores noveles y autores con una menor visibildad, seleccionados por nuestro equipo de redacción. Todos ellos con amor por el género del relato breve.

Coordinado por Karim Ali y Atalanta

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