Con las manos tapando sus oídos, corre para no escuchar la discusión de sus padres. No sabe que lo persigue en su mente y solo se detiene hasta que siente el cansancio, justo en frente de la casa del Jíbaro, como le llaman. Se acerca para mirar por el espacio abierto entre las cortinas. Los ojos le resplandecen al ver un televisor casi tan grande como la pared. Se dice que ese hombre terminará en la cárcel, pero Toñito no cree eso; a menudo la policía entra y sale sin llevárselo.

Se adentra por el estrecho callejón que separa las casas hasta encontrar otra puerta. Ahí está el Jíbaro pasándole un gran fajo de dinero al amigo de siempre. Cuando se ve descubierto, sale con las manos en la cintura y con voz temblorosa dice, «quiero trabajar con ustedes» y el Jíbaro le responde que no quiere verle la cara. Toñito obedece de inmediato y corre lo más rápido que puede con las fuerzas que le quedan.

Llega al parque, mira al cielo; aún está claro. Se sube al columpio, se mece mientras ve las nubes acomodarse. El amarillo y rojo empiezan a difuminarse y cambian sus tonalidades; es una batalla campal por quién es el más fuerte, hasta que mueren y caen detrás de las montañas. El pitido de los carros y los gritos de los demás niños, de vez en cuando lo traen de vuelta. El cielo al fin oscurece.

Escondido, ve salir a su padre al trabajo de vigilante. Entra y la madre lo llama: «Antonio». Se asusta, ¡quizás lo vieron en la casa del Jíbaro! Por suerte, solo está enojada porque no ha hecho los mandados. Se va con los brazos extendidos como si volara, porque afuera el aire es mejor, el ambiente es mejor, todo es mejor… Escoge el camino más largo, cuenta cada paso, se sube en los bordes del andén y hace equilibrio.

En la tienda está el Jíbaro con su amigo. Toñito finge no verlos. Compra las cosas y va de regreso, pero primero quiere contemplar, en la vitrina, la colección de carros que algún día podría tener si lo desea lo suficiente. Siente que lo jalan de la oreja. Es su mamá gritándole. Una voz le aconseja que no lo haga. La madre hace caso omiso, qué iba a escuchar a un Jíbaro.

Toñito mira a través de la ventana. Tiene la música a tope en sus audífonos y alcanza a oír lo de siempre. Ignora por un momento el reflejo de su cara, su mirada se pierde en el horizonte hipnotizado por el danzar de los árboles y sueña… es Huckleberry Finn, escapa en una balsa, vive en una casa de árbol, lejos, tan lejos, donde jamás podrán encontrarlo.

A la tercera piedrita en la ventana, despierta, es el Jíbaro llamándolo con señas. No había querido salir hasta que la gente olvidara aquel incidente y se borraran las consecuencias. Lo hace por el Jíbaro, tal vez su vida al fin podría cambiar… 

«Así eran mis cuchos», le dice el Jíbaro mientras huyen de los gritos que aún se escuchan a una cuadra. «Así era yo», añade examinándole los moretones. «Ahora este soy yo», concluye orgulloso abriendo la puerta de su casa. Lo invita entrar y la cara de Toñito se ilumina. Él también podría ser como el Jíbaro… 

Golpean en la otra puerta de forma grosera. El Jíbaro saca su arma, mira a Toñito y le ordena silencio con su dedo en la boca. Toñito asiente y sigue explorando maravillado. Hay mucho que ver en esa casa…

Escucha palabrotas como las que se dicen sus padres y asoma media cara. Dos hombres arrastran al Jíbaro. Corre al cuarto y se oculta bajo la cama. «¡Está en el colchón!», grita el Jíbaro. Toñito ruega porque no lo vean. Su corazón palpita tan fuerte que cree poder oírlo. Uno de ellos levanta el colchón, y Toñito puede verlos por un resquicio entre las tablas. Es el amigo del Jíbaro abriendo el colchón con una navaja. Saca mucho dinero y “harina”. Cierra sus ojos porque así no lo verán. «¿Dónde está el resto?», insisten. El sonido del golpe tras una caída hace que entreabra los ojos. Es el Jíbaro tumbado en el suelo que lo mira de lado. Luego, el ruido de un motor que se enciende como la máquina que usa el jardinero de la escuela…

Toñito vuelve a su casa. Se sienta a la mesa y sostiene su cara con las manos. Sus padres gritan y se lanzan cosas. Pero no los oye y tampoco los ve. Él solo escucha el ruido de un motor; gritos aterradores, y ve lo que queda del Jíbaro, que lo mira con los ojos apagados.


Lana Oros

Autora de la novela que aún no termino de escribir y algunos relatos sin publicar. Amante de los animales, los libros y el cine. Adicta a la pizza.

Instagram: @lanaysusletras 

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