Empezaré por unos versos, ya que fueron lo primero que construí al observar una escena cotidiana y normalizada.

Es curioso
encontrarse a niños quietos
durante horas
en un mismo lugar;
en un mismo sitio.

Ver cómo son
amonestados
por sus movimientos
y sus distracciones:
han de saber
atender
a lo que otro
les muestra:
sea de su interés
o sea, de su desagrado.

No sé,
por mucho
que la escena
me aterrorice,
otro modo
de enseñanza.

¿Qué se enseña,
más acá del contenido
y los conocimientos 
– estancos –,
a los niños
en un contexto así?

¿Son las pautas sociales,
las morales,
las comportamentales
y las convivenciales
en sociedad?

Posteriormente me sobrevino una cuestión – los que son propensos a la soledad para escribir, pintar, componer, confeccionar, coser, cocinar, etc., sabrán a qué me refiero – ¿qué lugar se da a la espontaneidad, la creatividad y a la intuición? Vayamos con un supuesto.

Supongamos que un grupo de adultos han de permanecer, porque es obligatorio, durante horas – pautadas y controladas – atentos a una persona a lo largo de siete horas y siete días semanales. Aquello que les expone el orador u oradora (pongámosle ese nombre) no entra en consonancia con sus inquietudes ni intereses. Puede que algún tema conecte con ellos, pero no deja de ser algo anecdótico.

Además, han de convivir y saber relacionarse con los otros: siendo cambiados de sitio según el criterio del orador. Sin aviso ni explicación, aunque puede que alguno reciba cierta indicación del estilo: “es mejor así, porque tu compañero es más lento y le cuesta y así le ayudas” o “así estarás más calmada y podrás atender mejor” o “a ver si se te pega algo”.

Tengamos en cuenta que por cada comportamiento o mala respuesta (incorrecta respecto al contenido) el orador le amonestase en público. No algo muy descarado, aunque puede ocurrir según el tacto y el estado de ánimo del orador, sino algo más sutil y sencillo.

Dichas personas deberán, además, realizar tareas acordes con ese contenido, ya sea de manera individual o grupal (aunque no exista una buena relación entre ellos).

Por otro lado, tendrían un periodo de descanso para almorzar y otro para comer (con su correspondiente “tiempo libre” controlado o supervisado por agentes que median las interacciones). El criterio de lo correcto o lo incorrecto que tienen estos agentes mediadores está sujeto al general de la institución, pero principalmente en el buen hacer de estos: los cuales no tienen el grado de conocimientos y de experiencia que tiene el orador.

Deberemos tener en cuenta que cada cierto tiempo se evaluarán las aptitudes de los adultos dentro de la institución, así como sus conocimientos en función de las cualidades que el conjunto de “cuidadores” y oradores consideren necesarias de ser evaluadas. Esto se hará para saber si siguen el desarrollo evolutivo y de aprendizaje marcado por la institución: mantener el nivel como ser humano.

El contenido del conocimiento adquirido les servirá para su posterior inserción en la sociedad. Y estos conocimientos se supone que serán útiles para la vida social, comunitaria y material.

Por encima de todo, estos usuarios, con las evaluaciones, serán considerados aptos o no aptos para ascender a los diferentes grados y saberes a lo largo de los años que pasen en la institución: pongamos unos once años. Aquellos que no estén capacitados deberán mantenerse en el mismo nivel, al menos un año más, hasta adquirir las competencias necesarias para subir al siguiente nivel.

Tenemos que considerar también que dichos usuarios no pueden irse, ni renegar de dichas dinámicas por varios motivos: es obligatorio ese tramo de su vida y sin el certificado que acredite la superación de esos niveles no podrán acceder a ciertos espacios sociales y laborales.

Por otro lado, en añadidura a esta situación, serán observados y testeados por un agente experto aquellos usuarios que muestren “serias dificultades” para seguir el proceso y el ritmo establecido por la entidad. Dicho experto tendrá en su poder herramientas que “garanticen” el diagnóstico de aquello que le impide desenvolverse al usuario. Estos diagnósticos, por simplificar, serían tales como: trastorno de disociación moral, trastorno de la identidad grupal, espectro de la inadaptabilidad y trastorno incontenible de los propios pensamientos.

              Aquellos que sean diagnosticados serán derivados a un especialista que les recetará medicación que les ayudará a corregir y contener ciertos impulsos e ideaciones.

              Así mismo, aquellos cuidadores y oradores recibirán indicaciones, pautas y formación para saber cómo relacionarse con dichos usuarios para adaptar y para que se adapten a las dinámicas de dicho sujeto y así se consiga una mejor adaptabilidad (si se me permite el tono irónico).

              Para finalizar, quiero comentar que esta institución estará amparada y supervisada por un organismo superior que gestiona sus recursos económicos y elabora su metodología. Dicha organización no estará directamente en contacto con los usuarios, ni con los oradores, ni los cuidadores, ni tampoco con la realidad diaria de la propia institución (no por imposibilidad, sino porque sus funciones y su lugar están en otra institución). Este organismo tendrá asignado un inspector que asegurará que los oradores y los cuidadores ejecutan adecuadamente la legislación, los conocimientos y pautas sociales programados por la organización.

              Con todo creo que dejo entrever un lugar un tanto peculiar que, articulado y basado en una realidad – concebida posiblemente como la verdadera – construida con la finalidad de formar a sujetos preparados para la sociedad existente, promete que esos usuarios estarán listos y bien preparados para mantener la sociedad del mañana.

Y lo peor de es que no se equivocan. Qué bien vendría dar cabida a la equivocación y a la vocación. Promover la intuición como posibilidad de reflexión. Mostrar que la realidad y los objetos se construyen en la medida que se hace con ellos y no con el pensamiento: se necesita del hacer para que lo abstracto toque lo material.

Qué bien vendría preguntar qué se quiere aprender y cómo se quiere aprender para no acabar por perder la creatividad y la visión particular de las cosas.


Iván Navarro

Psicólogo Social, Investigador y Psicoanalista. Socio de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis de Valencia. Es autor de los poemarios Necesaria subjetividad (2021, Cuadranta) y Porque nadie sabía como llamarte (2023, Ole Libros) Es coordinador de Mínyma.

2 comentario en “Una reflexión sobre la educación y la creatividad”

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