“Space Oddity” por Atalanta


Space Oddity

Conocí a Bowie en Yellowstone Park.  Me dijo que estaba buscando a su oso. Inmediatamente pensé en Yogui, al fin y al cabo, yo era guardabosques del parque por influencia de ese dibujo animado. 

No tengo que justificarme, pero mi infancia fue rara. No tuve madre. Padre sí, aunque siempre estaba ausente, se pasaba el día en la puerta de la NASA rogando que le hicieran las pruebas de astronauta. Nunca lo logró. De él aprendí lo que es la perseverancia y de Yogui, mi segundo padre, aprendí a robar.

Volviendo a Bowie, resulta que buscaba un oso gris como el del Renacido, dijo que necesitaba mirarle a los ojos, no quería matarle, solo establecer contacto visual. Me quedé observándole un rato. ¡Qué decepción!, mi cantante favorito no tenía dos dedos de frente, en ese encuentro habría sangre y no iba a ser la del oso.

Me contó que desde que había visto la película vivía obsesionado con la idea. Yo sabía muy bien lo que son las obsesiones, por mi padre.

Ya he dicho que yo era guardabosques, Bowie lo supo porque llevaba el traje reglamentario recién planchado. Sin pelos en la lengua me ofreció trabajo. Le dije que el hábito no hace al monje. No solo no me gusta la naturaleza, odio esos mosquitos gordos, esos árboles pegajosos y ese aire puro que te inunda los pulmones. Acabé allí porque tenía a la policía en los talones tras dar un palo. 

Para mi sorpresa los del parque me contrataron sin papeles, aquí soy Huck Finn como el personaje de Tom Sawyer. 

Bowie volvió a ofrecerme trabajo, esta vez poniéndome un dineral en la mano. Lo pensé a conciencia, medio segundo más o menos y le dije que sí. Estaba harto de robar emparedados, mosquiteras, repelente de mosquitos y papel higiénico.

 Solo puse una condición: que mi padre viniera con nosotros, tenía muy buena mano con los animales. Lo trajeron en avión desde el Arkansas State Hospital. No tuvo que pagar los 25 dólares de la entrada al parque porque pensaron que era el stripper, vestido de astronauta, de la fiesta de cumpleaños del Bisonte Jack.

Nos pusimos en marcha. Durante muchos kilómetros no vimos ningún animal, el silencio era atroz, ni un pájaro se atrevía a trinar, daba la impresión de que todos habían huido. Pensándolo bien no les culpo, debía de dar impresión ver a David Bowie con un viejo disfrazado de astronauta y un guardabosques empujando un carrito de la compra lleno de mierdas varias sustraídas de aquí y de allá.

Por fin llegamos al lugar donde vivían los osos. Todo estaba revuelto. Sin duda habían salido con prisa, los álbumes de fotos estaban desparramados por el suelo. 

Oímos un gemido que procedía de la cueva más grande. Entramos sigilosamente. Al fondo a la derecha había luz. En el baño, un osezno intentaba alcanzar un bote de Old Spice y no llegaba al estante del armario. Mi padre quiso acercarse a él, el osezno gruñó, creo que le asustó el brillo del traje. Mi padre se quedó hecho polvo, no por el rechazo del animal sino porque una vez más no había podido cumplir su misión. Le abracé como Yogui abrazaba a Bubu. 

Bowie se acercó al osezno, lo alzó a la altura de sus ojos y establecieron contacto visual. El bebé le dio un lametón y le quitó el rayo rojo y azul que llevaba pintado en la cara.


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