Este es uno de los libros más preciados de mi biblioteca. No es conocido. Es raro, casi una marcianada. No es fácil de encontrar ni de seguir el rastro de su autor (he tenido que fotografiar la portada porque google no me ofrecía apenas imágenes). Y es muy muy bueno.

Para mí es una joya, un trofeo, una presea que, por suerte, encontré entre los estantes del Hotel Kafka gracias a la recomendación de la que en esos momentos era mi profesora en el Taller de Escritura Creativa. Cuando entré en la escuela me llamó y me dijo: “Hemos traído solo dos ejemplares, te tienes que llevar uno.” – Tiempo después Vanessa moriría terriblemente joven y terriblemente madre. Espero que haya dejado muchos libros favoritos en la vida de mucha gente. – Ella insistió: “Llévate este. Te va a gustar. Es para ti”. Y tenía razón.

No es un libro corriente en ningún aspecto. Cada uno de los capítulos que conforman esta obra cuenta la vida de un personaje imaginario terriblemente singular, que camina haciendo equlibrios entre lo verosímil y lo brutalmente absurdo intentando llevar a cabo un proyecto o un modo de vida autodestructivo hasta sus últimas consecuencias, siempre con la mayor rigurosidad, ironía y seriedad científicas.

En definitiva, una colección de retratos imposibles y absurdos, narrados en un tono enciclopédico que lo convierte en un auténtico bestiario de personajes inquietantes: un telépata que provoca una crisis en un congreso de científicos en la Sorbona, un filosofo que apuesta por la vuelta a la época isábelina para lograr la felcicidad en el mundo (con el apoyo de Hitler), el creador de una cadena de producción industrial de novelas, el inventor de una máquina creadora de axiomas filosóficos, entre otros.

Un libro para los amantes de la originalidad, de lo absurdo, de lo arriesgado, para quienes admiran a aquellos que, como Juan Rodolfo Wilcock, retuercen la literatura como a un paño mojado, hasta exprimirle toda su transparencia.


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