Tres poemas de Enrique Arias Beaskoetxea

Enrique Arias Beaskoetxea (Bilbao, 1958) tiene varios poemarios publicados en revistas digitales
de literatura de España y Francia.
Sus poemas se han publicado en revistas de España, Francia, México, Colombia, Venezuela,
Uruguay, Chile y Estados Unidos.
Ha publicado reseñas literarias en revistas de España, México, Colombia, Uruguay, Chile.
Argentina y Estados Unidos.

Libros publicados:
La lejanía de las cosas (Ápeiron Ediciones, 2017), Visible-Invisible (Editorial maLuma, 2017), Un
mundo, una atmósfera (Ediciones Ruser, 2019), Condición terrenal (Editorial Literarte, 2019), Aún
hoy recuerdo (Ediciones Passer, 2023) y Vivir distinto (Aliar Ediciones, 2024).
Libros en otros países:
Argentina – El camino menos transitado (Editorial Leviatán, 2024)
Italia – Vivir distinto, Un vivere differente (Edizioni Arcoiris, 2025).

Que la gota de agua se funde con el mar lo saben todos, 
que el mar está en la gota lo saben pocos.


Kabir



4. Mar


Alguien que vive en la costa
a espaldas de la mar,
no la mira, no la siente,
ignora su pálpito.
Ajeno a su presencia
lleva la vida de un ciego.


Alguien que vive en la costa,
que usa los miradores
para observar el ritmo
de las mareas, el sentido
del viento, la época
de pesca. Rememoranza
de un pasado marinero.


Alguien que vive en la costa,
que recorre sus muelles,
atento al ritmo de los pasos,
la respiración entrecortada,
la mente distante
de todo propósito vital,
un constante trayecto
idéntico a sus días.


Alguien que vive en la costa
que espera el agua tibia,
la brisa que acaricia,
que espera guardar el temor
al mundo en la casa
que deja a su espalda.


Entra en el agua salobre
con excesiva lentitud
hasta convertirse en flecha
que rompe la lámina del agua,
respira y da brazadas
con el ritmo de un mantra
perfectamente medido
que le lleva a la atención,
la línea recta, el foco
en el ser, libre, en calma.
No apartes la mirada 
de la venda que cubre la herida,
pues por ahí entrará la luz.


Rumi


5. Trastorno


Antes de abrir los ojos
sin conocer la hora
sentirá el tormento
de un punzón clavado
en el centro del esternón.


La mente se expandirá
igual que un torbellino
en forma de espiral sin fin.
Llegará el pensar recurrente,
reiteración creada por sí mismo
para ser apresado en una celda.


Estará perdido, sabe
que los días próximos
estará sometido
por el dolor del alma,
igual que un borracho
incapaz de dejar su ebriedad.


El dolor se alargará
hasta las costillas lejanas
adonde ha llegado ya
el latido tremendo
de un corazón sin dominio.


Pasarán días inapetentes,
noches insomnes
mientras la mente no cede
un instante en sus tareas;
buscará llaves, luces,
botones fuera de lugar,
labores mal concluidas,
preocupación igual a un ritual.


Una hélice perversa
destrozará, agotará
el escaso control mental,
—las cosas se van de las manos—
y volverá a desplazar
para iniciar el perverso
trabajo de deterioro.


Preferirá la muerte,
pero esta no llegará,
los dioses no conceden
ese alivio definitivo.


Pasará los días sin calendario;
confundirá día y noche,
no sabrá nada del mundo,
solo el mundo interior existe
rugiendo, abatiendo
a quien ya no tiene fuerzas
para buscar una salida
del laberinto de sí mismo
con la respiración retenida
por el abstracto trastorno.


Y cuando crea que las fuerzas
le han abandonado,
comprenderá que tras el dolor
no llega la herida y la cicatriz,
sino un sentido de pérdida:
pérdida del tiempo ignorado,
pérdida del espacio interno
ahora ya vacío, desolado,
pérdida del sosiego
y de cualquier tipo de calma.

Un día necesitará
abrir una ventana
para comprobar en qué tiempo,
en qué estación se encuentra.
Y sentirá la brisa salobre
sobre su rostro petrificado,
respirará sin poder
retener un suspiro
que por fin emerge
de sus labios resecos.


El último rayo del día
se acerca sobre la mar
buscando la noche
pacífica, parsimoniosa,
y pensará que tal vez
también le llegue
ese rastro de luz salvadora
ahora que no puede
permanecer en pie.


Y ese miedo pánico
a la luz, los sonidos,
el terror a extraviarse,
esa incapacidad blanquecina
de mover un músculo
se desvanece pesadamente.
Tomará una decisión:
hacer tareas mínimas
convertidas en odiseas
pospuestas durante días,
semanas que mueren
mientras sigue tendido,
ovillado, palpitante.

La mejor clínica de jaqueca que he visto
era una en la que se dejaba al paciente,
sin movimiento ni palabras innecesarias,
en un cuarto en penumbra para que pudiese
descansar con una taza de té y una aspirina.


Oliver Sacks



6. Jaqueca


No es un chasquido brusco
ni temblor bajo tierra,
es apenas una mota
de polvo invisible
frente a tu mirada,
un vahído interior,
un vértigo que amanece,
la carencia de sed,
de sueño, de sosiego.

Pequeñas señales leves
que avisan sin palabras,
un oscuro presentimiento
de lo que va a llegar:
un dolor aposentado
en una única sien
que te tumbará hoy
o pasado mañana.

Has preparado acomodo:
cojines frescos y una manta
para permanecer quieto
durante días y noches.
Te incorporarás cansado
para preparar un té,
llenar la mesa con calmantes
al alcance de la mano.
Y cuando llegué
te encontrará preparado,
pero será tan terrible
como las veces anteriores.


Los ojos se cerrarán
por el malestar de la luz
y la química relajante,
la mente se frenará
hasta solo percibir
el dominio de lo esperado:
un monstruo indescriptible.
El cuerpo se doblará
—alimaña asustada
en mitad del bosque—
nada será suficiente,
el proceso continuará
hasta que no puedas
pronunciar una palabra.

Tomar una decisión
se hace inverosímil,
no puedes sentir, notar diferencias,
pues solo hay una realidad
que te ha extenuado
y te taladra perversa
el cráneo malherido.

Un día sentirás frenar
el torbellino corporal,
el sonido y la luz
no serán tan hirientes,
desearás beber agua,
incorporarte para mirar
el calendario apartado
y descubrir un sinnúmero
de días perdidos,
irrecuperables, devorados
por el mal en la cabeza,
pero también en el ánimo:
no has sentido nada
salvo el dolor incesante
en la mente paralizada
hay un único pensamiento:
el desaliento del alma.

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