Alerta: No soy imparcial al hablar de la escritura de Emma Prieto.

Conocí a Emma hace mucho tiempo, cuando se despertó en mi el ansia de aprender a escribir bien (el ansia de escribir había estado siempre en mí y creo que también en Emma, pero no sabíamos escribir bien). Me planteé inscribirme en un taller de escritura y busqué el que pareciera el mejor. Así di con Hotel Kafka y me apunté a su Taller de Escritura Creativa. Su lema rezaba: “En la escuela te enseñaron a escribir, aquí aprenderás a narrar”, o algo así, no lo recuerdo bien. Así que allí me presenté y en mi clase había una chica con cara de susto que continuamente aseguraba que ella no sabía escribir cuentos bueno, pero que lo que escribían los demás era maravilloso.

Ella era Emma.

Acabó el taller asegurando que no había conseguido escribir nada bueno Pero en el siguiente semestre se inscribió en el “Taller de Escritura Creativa II”. Y como los dos volvimos a coincidir en clase y Emma me reconoció el primer día como compañero, alojó su susto en la silla de al lado y ya no dejamos de leernos nunca.

Nos pusimos de acuerdo para apuntarnos juntos al taller de relato breve que Eloy Tizón impartía en el mismo Hotel Kafka y allí ambos nos quedamos embelesados con los textos que presentaba otro alumno, Daniel Monedero, hoy en día otro reputado cuentista. Después nuestros caminos se separaron.

Unos años después supe que había publicado su primer libro de relatos “Extravíos”y un segundo al año siguiente, “Escamas en la piel”. En 2020 publicó el poemario “Radiografía de Ausencias” y su último libro hasta la fecha,  “Mecánica Terrestre” en 2022 es ya una apuesta clara por consolidarse en el género como una escritora a tener en cuenta. Las clases habían hecho de ella una gran cuentista.Pero asustada.

Cuando comencé la lectura de Mecánica Terrestre pude ver perfectamente reflejada a Emma en sus personajes, mujeres a las que les tiembla la voz, que parecen dirigirse con una decisión absoluta hacia la duda, preocupadas por envolver con sumo cuidado algo que ya está hecho añicos o salir indemnes, como de puntillas, de la más devastadora explosión emocional. Eso sí, todo con una cuidadisima técnica narrativa y un estilo perfecto, logrado y muy personal.

Aunque los relatos de Emma tengan la apariencia de un puzzle que se ha caído al suelo, todas sus piezas están perfectamente colocadas en el caos del derramamiento. No solo eso, todos los relatos de «Mecánica Terrestre» desbordan imaginación y fantasía en las situaciones más cotidianas de la vida: Familias que guardan la normalidad en el frigorífico cuando son confinadas, compañeras de trabajo a las que les nacen camelias en la boca o les brotan arbustos olorosos en los pies, mujeres que aprenden a pasar del «sí» al «depende», musgo que siente arrugar su piel al adherirse a la corteza escabrosa de una encina, niñas coleccionistas de madres que quieren convertirse en papel burbuja, esposas desatendidas que albergan hormigas en los ojos, testigos indecisos, artistas de circo levantiscos, vecinas de visillo y de cristal que contemplan nocturnos accidentes de moto desde prismas divergentes, redacciones estudiantiles que ocultan enconos entre compañeros, o mujeres que combaten la soledad acompañadas por cerdos de raza vietnamita mientras esperan que el amor les llegue de Japón.

Pero aunque parezca increíble, Emma sigue dejando entrever que no cumple con las expectativas. El último relato del libro es una especie de cuento/disculpa titulado «Cuentos, relatos, o lo que sean» en el que explicita algunas de sus ideas en torno al género, y medio pide disculpas por escribir cuentos en vez de novelas.

La verdad es que yo nunca tomé muy en serio a Emma cuando aseguraba que no le gustaban sus textos y mucho menos cuando dice que ella no sabe escribir novelas, porque creedme, después de leer «Mecánica Terrestre» puedo decir que en un cuento de Emma cabe una novela. Ya me gustaría a mí que algunas de las novelas que he leído tuvieran el mismo cuidado por la literatura, la misma profundidad que uno de los cuentos de Mecánica Terrestre. Esto a un paso de asegurar que un relato de Emma Prieto vale por una novela, pese a que esto no es solo una definición perfecta de la obra de su obra si no, quizás, la máxima a la que debería aspirar todo escritor de relato.

He visto, con una mezcla de orgullo y yoyalosabiondismo, como Mecánica Terrestre se encontraba al finalizar el 2022 entre los mejores del año de muchas de las listas que se publican.  Y a Emma Prieto acostándose o asombrándose de estar en esas listas. Pero a Emma le quedan aún muchos sustos que recibir de la literatura, el siguiente, sin duda, que alguna de las editoriales referentes del cuento la incluyan en su catálogo.


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