Emilio Sierra García (1988) nació en Madrid. Es licenciado en Teología y doctor en Filosofía con una tesis sobre la relación entre la estética, la libertad y el problema del mal (UESD). Actualmente, es profesor en el ámbito universitario (CEU, UNIR) y en dos colegios. Sus poemas han aparecido en revistas literarias como Piedra del Molino, La Poesía Alcanza, Almiar y El coloquio de los perros. Fue finalista del premio Adonáis en los años 2016 y 2017 y ha publicado tres poemarios: Versos para nadie (Amarante, 2022), Estupores (Oblicuas, 2023) y Diario del estupor (Loto Azul, 2023). Por Estupores recibió el premio La Nunca Poesía 2023 y fue finalista en el X Certamen Nacional de Poesía Antonio Fernández del año 2022. También ha sido ganador del V Concurso de relato libre ENES 2023 con el relato Coda la Quijote (Donbuk, 2023).

Diario del estupor

1. Barro y luz

Abomba el caos sus dedos claros

hechos de fino fuego. 

Recita el canto callado y nuevo

la palabra en silencio.

Surge agua, mana tierra, 

describe brisas y vuela

el barro feliz, el viento vacío,

la queda luz que enhebra

un mundo hueco.

Del desorden y la nada

todo comienza.

4. Cuando todo (no) era ella

Cuando la noche abraza las sombras del día,

trazando la senda maldita del sueño,

Adán se acurruca en la piedra, y el musgo fiel lo arropa.

Cuando, crepuscular y salvaje, sucede la anomalía del brillo,

él solloza sin saber qué es ese tenue canto, ni a qué se debe,

tumbado sin dormir, descontando con los dedos la arena en la tierra.

Cuando todo no era ella,

brillaba Antares más que trece millones de soles,

pero el destello de la ausencia la volvía cérea.

Las esquirlas negras de oscuridad goteaban oliváceos gusanos,

mientras escuchaba unos suspiros venidos de la nada.

El cielo osificado en bucle firme aplanaba el aire,

tras el cual él la solía imaginar cantando.

La tierra, fluctuando como una enorme tumba a la deriva,

carcomía el absoluto, porque todo no era ella.

El mar convexo traía en cascada corrientes de cadáveres y sirenas,

estrechos remolinos figuraban sus cabellos.

Los sauces, los abedules y los almendros languidecían,

pues sus ramas nunca serán brazos.

Los corales de piedra y los afligidos himnos de las ballenas naufragaban,

porque no podían mecer bajo su piel el insomnio de Adán.

El colibrí enfebrecido y el fugaz aleteo de la abeja acallados quedaban.

Jamás servirán para nada sin ella.

De los doce mil ojos que tiene la mariposa, tan solo uno no permanecía ciego,

el que contemplaba los castigos de las estériles fieras, sin fauces ni ansia, a la espera.

Los rebaños se entregaban a los abismos, hacían su casa en el acantilado,

y los ofidios palpaban sus nidos con la nuca harta de suelo.

Si no estás tú, ¿cómo puede habitarse el hogar?

El azar, jugando tierno y cruel, grabó un epitafio

allí donde Adán había puesto nombre a lo que existe.

Cuando todo no era ella, el mundo solo recogía restos como un cenicero,

la tierra entera parecía una inútil gliptoteca repleta de tics nerviosos.

Adán indómito luchaba contra los buscadores de caricias,

y áspero resultaba el vaho de la sustancia cuando todo no era ella.

12. Diario del estupor

La lengua escarba una polvareda de gorriones en la carne

mientras las hojas de cedro deletrean una improvisada caligrafía

y el cielo cabecea ante tu pecho a través del cráter que es mi cráneo.

¿Quién atiende a los pacientes del amor?

Ni Eros, ni Cupido, ni Afrodita o Ishtar,

solamente aquellos que escuchan a las víctimas del mar,

los que elaboraron un diccionario de voces profundas

con pigmentos marchitos de una boca que parecía firme

y resultó no ser más que un aspa, una cáscara y un sombrero.

El plácido naufragio en la orilla colorea las palabras de tinta verde

como un sello en la hipodermis, allí donde la piel ya no es piel,

sino alma, tatuaje y más de lo que ves, áspera balada dulce.

En el nombre de los no deseadores

nosotros supimos enseguida que los límites son fugaces, 

baldías las esquelas de rápidas ilusiones,

y el rostro la última trinchera.

Todo sobra cuando llegan a su fin los juguetes implacables que, 

a través de un ciclón de silencio como estípite, 

se transforman en fuego verdadero:

el comienzo, diario del estupor.

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