Leer puede salvarte la vida, si no que se lo pregunten al joven, aún con espinillas, que hace unos días acompañaba a su amigo en el autobús. Ambos charlaban con un tono de voz alto, propios del sur de España, como si el calor ahogase sus gargantas justificando los vozarrones.
Tras un rato riéndose de sus propias ocurrencias, intercambiando diálogos recortados en palabras, aunque con un acento ingenioso e irónico; tornaron el sentido de su conversación para opinar —más bien juzgar— sobre una fémina, que, al parecer, conocían de sobra. Uno habló de su físico; el otro, de la mentalidad abierta que tiene la chica; el primero, insistió en sus tetas y en su culo; el más sutil, sobre la forma de bailar y sonreír de la piba. El que no tiene pelos en la lengua, movió la cabeza de un lado hacia el otro, asegurando que Vanesa — al fin apareció su nombre— «cada fin de semana se enrolla con un tío distinto, hermano». El comedido respondió que se había equivocado con una de sus amigas: «Yo creo que no es Vane, “bro”, sino Soraya, que se le parece mucho».
Junto a ellos, un hombre de casi treinta años, con una mirada como si el mundo tuviera que rendirle cuentas, se quedó observándolos sin bajar la vista, prestando más atención a la plática de los dos jóvenes.
El descarado sonrió de forma sarcástica a su amigo, afirmando que ya sabía por qué hablaba tan bien de ella: «estás pillado por Vane, tío». Al que el otro negó con la cabeza. Entre risas, el chico correcto, confesó al libertario que Vanesa le volvía loco, además de la zona de exclusividad en donde reside —en aquel momento puso el rostro serio— dando la sensación de que lo que iba a soltar le haría mucha gracia… Sin más, declaró, aun con la voz entrecortada: «tiene que ser una máquina de follar», seguido de unas carcajadas.
El hombre que escuchaba la conversación se metió en medio de los dos, cogiendo por el cuello al que dijo la frase chocarrera sobre Vanesa. Levantó uno de los puños y poco antes de hundirle la cara— el chico más echado hacia adelante— le apartó el brazo, logrando que su amigo; que resultó ser un bocazas, se librara de unos cuantos golpes. Aquel individuo comenzó a gritar: «¡nadie insulta a mi hermana, nadie y menos un fracasado como tú!», señalando al que parecía ser comedido. Su amigo le aclaró que había oído mal, que su colega jamás habla mal de nadie y, menos aún, de una chica. «¡Acaba de decir que Vane es una máquina de follar!, ¿eso no es hablar mal?».
El silencio tomó el relevo de la tensión que en aquel autobús se respiraba. El joven atrevido agachó la cabeza, respiró con profundidad. Miró a los que estaban a su alrededor, también a su amigo y, al final, dirigió estas palabras al hermano de Vanesa: «Perdone usted. Entiendo su enfado. Pero mi amigo no hablaba de su hermana. Estábamos recordando que una amiga nuestra, que casualmente se llama Vanesa, le encantó, al igual que a nosotros, un libro de relatos muy conocido de Charles Bukowski, titulado “La máquina de follar”. Así que vuelvo a pedirle disculpas, en mi nombre y en el de mi amigo».
El autobús hizo una parada. Los dos amigos bajaron. El hermano de Vanesa se quedó adentro, viendo cómo se iba el calumniador de su hermana sin haber recibido un castigo. El resto de los viajantes le miraron sin pestañear. Metió su mano en el bolsillo y sacó el móvil. Puso el título de aquel libro en el buscador y le apareció el rostro con arrugas de un hombre desaliñado, con la boca abierta, mostrando su dentadura. Más cerca del grito que de la carcajada, o una mezcla de ambos, guardó el teléfono en el bolsillo. Presionó el botón de parada.