Omar Cruz (El Progreso, Yoro, Honduras, 1998). Estudiante de la carrera de
Periodismo y Antropología. Es autor del poemario: Hologramas de ayer, hoy y para siempre (Atea Editorial, 2019). Ha publicado en diversas revistas literarias y periódicos de América y Europa. En el año 2022 fue finalista en el Concurso de «Cuentos de Suspenso, Ciencia ficción y Misterio» convocado por la revista literaria mexicana Inéditos, en 2023 ganó la «Convocatoria de Ensayo Breve» por la revista literaria Vuelo de Cuervos en Madrid, España. Obtuvo el primer lugar en el «Concurso de Cuentos y Ensayo» convocado por el diario español La Crónica del Henares, es finalista en la «III Edición de los Premios Literarios Yunque de Hefesto» convocados por la revista literaria El Yunque de Hefesto en Madrid, España, fue seleccionado por la revista literaria alemana «Freibrújula» para representar a Honduras en Friburgo de Brisgovia y recientemente ganó el tercer lugar en la «Sexta convocatoria Literaria» por la revista Exogénesis de Zaragoza, España.

E. U. T. A. N. A. S. I. A

He muerto muchas veces
en lo mas tibio de las madrugadas.

Morir cuando amanece es diferente:
la muerte llega envuelta en pedazos,
la luz que buscas desaparece
y el gallo canta con la garganta cortada
[la misma voz repite: eutanasia]

¿Debería ser distinto morir de madrugada?
quizá tan rápido como un balazo en la cien
o tan letal como como un paro cardíaco
[la misma voz repite: eutanasia]

He visto a muchos morir de madrugada:
desde lo profundo de mi ataúd
o la comodidad de mi cama,
la muerte visita todos los hogares
a todas horas y en cualquier día
[la misma voz repite: eutanasia]

Cierro mi puño y se caen mis ojos
el cuchillo con fuerza hacia mi pecho
el corazón latiendo al descontrol
un frasco de pastillas cae de mi cama:
hoy me tocó morir de madrugada
[la misma voz repite: eutanasia]




Fragmentado \apócrifo del caos\

Al octavo día recogí cada fractura,
cada herida y pedazo de piel
que me arranque en las madrugadas
y luego decidí caminar hasta gastarme:
por encima de veleros viejos y abandonados
a los que el aire ya no impulsaba
y mucho menos guiaba hacía algún destino.

En mis pies habían costras como memorias
y mil anguilas enrolladas en mi espalda
—impuro y pecador dijeron los marinos—
cuando con la marca de mis manos
convertí aquellos grandes peces:
en carne jugosa para los animales salvajes
y espinas que cortaban para los hombres.

Después seguí caminando sin detenerme
por las grietas azules de los mares,
la blanquecina sal de sus aguas
y los arrecifes cada vez menos coralinos.

Jamás profané el mar y sus nombres
ni sus hazañas con las embarcaciones:
la luz de los faroles se apagaba en mis ojos
como la ceniza al caer de los cigarrillos.

Al octavo día de haber nacido
salí del mar y conocí la tierra
y empecé el camino nuevamente:
caminar no es tan diferente
cuando el sendero está marcado
por brasas recién encendidas
y viejos pedazos de hierro
—impuro y pecador dijeron los hombres—
cuando vieron en lo profundo de mi pecho:
pequeños gusanos que daban vida
y manantiales azules como galaxias.



Mi rostro frente a la puerta

Al otro lado las banderas
los himnos y sus estrofas
junto a la furia de los firmamentos
y la violencia de las fronteras:
fronteras de carne y hueso
que templaron con vehemencia
el cuerpo y el alimento de esta tierra.

Luego las ventanas:
la luz siempre estuvo del lado de otros
y los dioses parecían lanzar monedas al aire
para predecir el destino de los países
y sentenciarlos a muerte
así como lo hicieron con Galatea.

Mi rostro siempre estuvo frente a la puerta
esperando las sombras tardías
haciendo llamadas:
inseguras
ahogadas
vanas
cobardes.

Mi rostro siempre fue subyugado
siempre miró hacia la calle
esperando otra mirada
otra ventana
otro camino
otro lugar
otra vida.

Cierro la página y también esta ventana
la esperanza es lo único que me queda
y parece estar tan pulverizada.




Me dejo caer desde la Gólgota

Hoy no existen los puntos singulares
ni los intervalos,
ni las tormentas,
ni los huesos de los ruiseñores
ni el canto inmortal de las urracas.

He decidido asistir:
al funeral de las grandes ciudades
y recoger el llanto de las hojas
mientras escucho la visión de la tristeza
que me cuentan los suicidas.

Hay lugares que me llaman:
ciudades viejas y polvorientas
que a pesar de la edad de los años
aún me esperan,
que aún ofrecen algunas monedas:
para apreciar el cadáver de mi memoria
y la imagen de aquel hombre:
que vió el mundo hecho cenizas
mientras llevaba la cruz del evangelio.

Me dejo caer desde la Gólgota:
porque sé que hay caminos
a los que llegaré sin importar la altura,
sin importar la luz o el cielo,
sin importar la violencia de los resplandores,
sin importar la fuerza con la que me empuje
el país y el paisaje que me habitan,
sin importar que al caer desde el despeñadero
la esencia de mi cuerpo parezca destrozada.

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