Me acercaré a “La dulzura del ornitorrinco” (Piezas Azules, 2024), un poemario escrito por Andrea López Montero (Madrid, 1989) con esa curiosidad que deja, en un primer vistazo, percibir solo los extraños rasgos anatómicos. Examinaré el ornitorrinco de cabo a rabo, reconoceré primero algunas de sus partes más clásicas, sus extremidades, un soneto (Cautela), un terceto encadenado (Espejo), después un poema en prosa, una gran cantidad de silvas. Cuanto más avance en su anatomía más partes raras encontraré, un poema blanco sobre página negra, un índice que es un abecedario, que es un diario, que contiene un poema, versos libres y desbocados. Sin embargo, no llegaré a comprenderlo.

“y no quiero que entiendas nada. / El vapor es húmedo, húmedo el poema ¿qué poema? / no quiero (no) que entiendas todo.”

En cierta ocasión, alguien preguntó al poeta Robert Browning por el significado de uno de sus poemas: “Lo escribí hace tiempo. Cuando lo hice, Dios y yo sabíamos qué significaba. Ahora solo Dios lo sabe”. Supondré que esta es la misma respuesta que daría la naturaleza si le preguntaramos por el ornitorrinco. Tendré que diseccionarlo.

Volveré a leer La dulzura del ornitorrinco.  Aún no estaré preparado para la inflamación de su lenguaje, para su hermetismo, su huidobrismo, su cesarvallejismo y acabaré entretenido contemplando la primorosa edición que hace Piezas Azules del libro y las ilustraciones, de cierto cubismo y surrealismo, de la propia Andrea López Montero.

..

En la cama, por la noche, encenderé la luz de la mesilla, colocaré en ella una libreta y me sumergiré de nuevo en el poemario, me adentraré en las pantanosas rutas inexploradas de la conciencia poética de la autora. Una conciencia que se expone, que rompe la timidez a borbotones de lenguaje y me muestra su ¿deseo? de ser ¿madre?, quizás de un ¿ornitorrinco? No lo sé. Seré lector de este libro, búho que busca a través de la oscuridad de un pantano, o de un bar, y que, en más de una noche, quedará deslumbrado por su belleza.

«de nueve a cinco escondo mi rareza,
de siete y media a diez prendo una luz
que nace en la extrañeza y el asombro
de preguntar buscando preguntar
dictarme los afectos, sorprenderme
[…]
Enciendo nuestra lumbre,
recito nuestra tribu
y me agarro a las bocas que lloran lo que mueren.»

Viviré una nueva lectura en la que me dará por pensar que los poemarios – si solo nos fijamos en el número de páginas – son mucho más caros que las novelas. No es así, cuando se adquiera un poemario como este me resultará necesario leerlo en repetidas ocasiones a lo largo de los siguientes meses, quizás años. Tal vez, nunca deje de leerlo. No me sorprenderá que con cada relectura vaya recibiendo un poco, una devolución del importe abonado en la compra. (15€ en la web de la editorial). Una amortización. En el caso de que algún día acabara de leerlo, en el caso de que agotara su lectura, si esto es posible, habré recibido mucho más de lo que gasté.

Una inversión a largo plazo. Eso es La dulzura del ornitorrinco. Hermenéutica del aprovechamiento.

Leeré otros libros al tiempo que releo de los versos de Andrea López Montero. Lecturas con las que se entrelazarán abriendo pasadizos. Vicente Luis Mora en “En esta red sonora”, apuntará:

“He realizado el cálculo con bastante exactitud: leer un libro de poemas malo o poco interesante me lleva, de media, unos 35 minutos. Un poemario bueno insume tres meses de lectura, uno excelente tres años”

Aceptaré de que aún me quedan al menos dos años de convivencia con esta tribu de poemas.

Me encerraré en la habitación del pánico de mi mente para releer el poemario. Pasaré allí un tiempo gestando una lectura. No me importará. Tendré víveres (hay palabras que no existen en singular). Zanahorias bebé en conserva, croquetas, pan, humus y leche, mucha leche. Tendré una lectura aún no nacida. Una contracción de lectura.

Con las sucesivas lecturas, el poemario irá dando sus frutos, dejará nacer sus crías, perderá sus dientes de leche. Me encontraré con palabras que se repiten a menudo:  dulce, lumbre, sed y hambre, esqueje, aullidos y muchas tribus. Palabras que deben significar algo más, simbolizar otra cosa. Las buscaré, sin éxito, en los diccionarios de símbolos de Cirlot y Chevalier.Deduciré que Andrea es una de esas poetas con la habilidad de resimbolizar y resignificar el lenguaje, la poesía. Me remitirá ahora a otras escritoras contemporáneas: Berta García Faet, Mónica Ojeda, Elia Quiñones, Lola Nieto (entre otras), escritoras con esa dulce capacidad de ponerle nuevas acepciones al lenguaje. Bichos raros en la literatura, como lo es el ornitorrinco en la naturaleza. Creeré empezar a comprender de qué va todo esto.

“[…] en los juegos
de azar y hambre, dudan
signando por las puertas de los bares
las grutas que alimentan esta sed
y cifran con el pan y la palabra
un hueco que nos sienta en esta mesa,
tan juntos de razones que susurran:

bebemos
celebrando lo auténtico de lumbre,”

Volveré a lo de la gestación, a la maternidad, al deseo de Andrea de parir un ornitorrinco, o de ser ella misma gestada como ornitorrinco. Subrayaré los poemas Generación en el que le habla a una hija; «Hija, te educaré para que avances / despacio en el traspiés / de los gigantes tristes.», Veneno, en el que interpela a su madre; «¿Lo recueras mamá?¿Cómo peleábamos los finales?» e Hijo soluble, en el que le canta a su ornitorrinco no nacido; «Mi metafórico e inexistente hijo, qué acierto parirte masculino en este mundo». Otra vez rebuscaré en la biblioteca, le pediré ayuda a Sharon Olds, que me dirá:  «Si miras por la ventana mientras la oscuridad se filtra y el cuarto es como una jarra amarilla, hay un ángulo, hay un momento, en que se puede ver que cada madre lleva una mujer colgada al cuello arrastrándola- su propia madre que la agarra y la hunde en la luz que se apaga.» Volveré a la cama o al sofá o la libreta de notas, más ensimismado, más raro. La autora es la madre, la autora es la hija, la autora es el ornitorrinco. El ornitorrinco lleva a Andrea colgada del cuello, que a su vez arrastra a su madre, a la poesía y, tal vez, incluso a Sharon Olds. Los miembros de una tribu como cuentas que no son collar sin el hilo que los une.

En una nueva apertura del libro creeré entrever que el deseo de crear vida es el mismo deseo de crear una vida acorde a la gestación. Una sociedad más dulce, más conectada en sus celebraciones, que parpadea iluminada por la lumbre. En definitiva, un mundo mejor en el que el tímido, la poeta, la pesada, el roedor, el ornitorrinco, estén en su hogar. ¿Quizás el hogar, la casa son la poesía?¿Es lo que le hace sentirse segura a la autora?. ¡Oh, espera! – pensaré -su primer poemario se titulaba Intentar la casa, anotaré esto en mi libreta. Volveré a la biblioteca a buscarlo, lo abriré y encontraré un poema titulado «Ser lumbre».:

«Existe la posibilidad. Existe
la casa.
Vamos a ser salvados»

No se trata solo de una resimbolización – deduciré – aquí hay una intención, una perseverancia, rasgos propios del arte, una poética. En este segundo libro quiere gestar, crear y dar lumbre. Y a la lumbre del hogar, invitar a la tribu y saciar su hambre, su sed. Hacer de la casa un hogar.

«ternura
¿acaso existe áun?
Echemos algo al guiso de este pacto,
ternura y una pizca de tiempo imprescindible,
la noche siendo noche
con todo su jolgorio,
total luminiscencia del pelaje cian
que supervive a esta tribu que amansa
e intuye                                                            el salto.»

Finalmente llegaré a leer los poemas y los términos con los que están compuestos sin preocuparme por descodificarlos. Hambre, sed, raíz, aullido, no tendrán su significado corriente, tampoco tendré que sustituirlos por otro significante. Dejaré de preocuparme porque las piezas encajen. La poesía de Andrea (qué quizás a estas alturas ya no sea suya si no mía) irá generando sentidos de una manera más conmovedora y menos descifrable.  Habrán creado en mi cerebro un sentido único, una imagen singular, quizás no la misma que para otros lectores. Con esos nutrientes crecerá mi lectura, se amamantarán mis pensamientos. Seré yo bicho raro, esqueje de ornitorrinco, raíz de una tribu con la que celebro mi lumbre. Seré yo lector, poesía, ornitorrinco, dulzura.

«Me habéis mirado bien? Amadme,
me han criado en la tribu de los locos, de las ensoñaciones y del aceite que queda en la freidora,
miradme, soy toda la insensatez de vuestros codos que acuden a la renuncia
y rezaras
rezarás a este tiempo de nucas caídas,
rezarás clamando alto su vertical»


Pablo Llanos Urraca

Colaborador en publicaciones literarias. Ha publicado el poemario “Manual de Modelado de Corazones para Hombres de Hojalata” (Ed. Cuadranta, 2022) y artículos en revistas como Quimera, Culturamas, Purgante o Letralia. Sus relatos han sido publicados en publicaiones como Orsai, Librújuja, Pluma Fanzine, Madera Berlín o Pappenfuss. Cocreador del magazine Irredimibles.