Amanece tarde, me rechinan los dientes y me duele la espalda de tanto tiritar. Apenas caen gotitas, pero están heladas y el viento sacude los carteles blancos de los vendedores en la esquina de la desgracia; parecen pañuelos despidiendo los tiempos que no volverán. Aunque algunas letras se borraron la desdicha que se plasma como anuncio se ve muy clara. Hoy es el turno de los inmigrantes, ayer fue para los damnificados y antes de ellos estuvieron los desplazados. Mañana, tal vez nosotros.

Cierro la ventana, tengo suficiente con mis propios anuncios gritándome en la cabeza, en los oídos. Vuelvo a la cama, no logro calentarme entre tres cobijas y me acerco a él a su exhalación cálida. Vámonos, le digo mientras peino sus cejas con mi pulgar. Abre los ojos y me pregunta con la mirada. A cualquier lugar le respondo, donde sea menos malo, cualquier lugar lejos de aquí. Respira hondo y ya no siento frío. 

Me levanto por inercia y me pongo el uniforme, miro en el espejo ese grano que viene y va cada mes, se instala en un lugar diferente y no se marcha sin dejar huella. Se burla de mí, por eso a veces lo exprimo con odio, pero se pone peor, se hace más grande y hasta duele. Es como si dijera, «¡mírame, mírame, aquí estoy!», un día voy a levantarme la piel y sacar todas sus mierdas, todos sus residuos, que no quede nada. Salgo a la fábrica. 

Camino a paso rápido, enojada porque se me pasa el bus por estar leyendo letreros en la esquina. Yo pensaba que nada bueno saldría de este pueblo y lo encontré a él, ambos huérfanos de la misma guerra, la misma guerra y somos tan diferentes…

Pienso en el daño que le hace seguir en este lugar, cómo se desvanece, se escucha diferente el tono de su voz. Se ha cansado de luchar, de creer. Yo también, de hecho me cansé mucho antes, pero ahora tengo que ser fuerte por los dos. 

***

Vuelvo a casa, la larga fila de gente frente a mí puerta me impide el paso, me hierve la sangre y los corro a todos, porque soy “la mala”, la fría. Una voz que no identifico me grita, «¿hace cuánto que no luchas?», odio esa frase, aquí los días son una constante lucha por sobrevivir. Todos los días. Se ha ido con ellos, ¿y si lo convencen de nuevo? Qué más nos pueden quitar, solo nos queda la vida y nos la quitarían por mero gusto. Por qué no luchan solos y lo dejan en paz. Van a ver cómo lucho. 

***

No escucha reclamos y me dice traidora, iba a recordarle porque estoy en la fábrica, pero mejor no digo nada, sus ojos guardan silencio. Sabe que corro el riesgo por él, yo no daría un peso por este pueblo que se traga la tierra a pedazos solo por gula. Otra noche que se acaba rápido, siento que cerré los ojos y sonó el despertador. Le digo, vámonos, ¡renunciemos!, ¡escapémonos!, ¡por favor, vámonos!, y sin pronunciar palabra me responde: cómo si fuera tan fácil dejarlo todo o tal vez, no quiero dejarlo todo. 

***

Hoy no va a retrasarme un diálogo interno frente al espejo, hoy he salido más temprano. Paso por la esquina de los carteles sin mirar y subo al bus. 

***

¡Nos vamos! Cuando regreso del trabajo él ya tiene las maletas hechas, salí tres horas antes porque alguien provocó un incendio en la fábrica y se está extendiendo, los malos han caído, más bien, se han quemado. Afuera la gente corre de un lado a otro sin saber a dónde, nosotros tampoco, pero nos vamos antes de que las cosas se pongan “más calientes”.

Veo sus ojos mirando mi reflejo en la ventana del bus mientras peino sus cabellos con mis dedos. Le respondo que no, que cómo cree.


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Lana Oros:

Autora de la novela que aún no termino de escribir y algunos relatos sin publicar. Amante de los animales, los libros y el cine. Adicta a la pizza.

Instagram: @lanaysusletras 

Un comentario en «“¡Vámonos!”, por Lana Oros»

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