Tres poemas de “Los votos de ternura esférica” de Elena Krause


Elena Krause nació en Alemania (1971) y creció en Zamora, Valladolid y Valencia. Es
máster en Humanidades Ecológicas, Sustentabilidad y Transiciones Ecosociales.
Ecologista, ha dedicado mucho de su tiempo vital al activismo climático. Escribe
poesía desde que lo recuerda. Y, además, colabora habitualmente como columnista
para diversos medios on-line. Este es su primer libro.
En Los votos de ternura esférica encontraremos 30 poemas de amor y un texto de
desesperanza.

Tres poemas de “Los votos de ternura esférica”

Poética de un confinamiento aéreo

Todo lo que es bueno es ligero. No es la poesía, sino el instinto de
levedad hecho flor. La voluntad de estirar el lenguaje hacia arriba,
hacia el torreón de los espíritus y elevarlo. Así pues, soy poeta de
las alturas y me debato entre las corrientes de viento y las praderas
de flores, entre el jazmín y el vencejo. Poeta encaramada en un
pétalo al borde del abismo, poeta de la emoción peregrina que se
enreda en primavera.

Yo, poeta de campanario, no reconozco la poesía que subterránea
nace en los pasillos del metro, o polvorienta y baldía sobre las
marquesinas, ni la colgada por las vísceras de las grises farolas. No
reconozco el poema sórdidamente urbano ni el que abandonan
deshecho en la calzada ni el de ritmo agotador y discordante.

Conozco y reconozco el poema en el diente de león, en el troqueo
del mirlo, en el murmullo de la foresta, en la suave parsimonia de la
pequeña oruga que colorea con resuelta pericia los élitros de su
futuro aleteo. Reconozco el poema como escarcha, como liquen
tornasolado de siglos dormitando sobre la corteza intemporal de la
metáfora. Reconozco la poesía como polvo galáctico de mariposas,
como polvo de ámbar y sueño.

Por ello me inventé unas alas de pensamiento y espíritu que se
enroscasen en mis tobillos con las que despegar el verbo del
cemento, elevarlo sobre la boina negra y vestirlo con los ropajes
gaseosos de los claveles y la dulce prodigalidad de las higueras.
Con esos tobillos alados remonté la flor y el cancionero. Entre los
dedos de la brisa, obstinada en portear sobre los versos el aroma
de floraciones pretéritas y el mercadeo aéreo de las golondrinas,
canté al amor, al puro amor, al que eleva y reconcilia.

Y así es esta poesía que reconozco: un continuo ir y venir entre el
cielo y los dones de la tierra, adornada de cualidades plásticas, de
amapolas, ladrona, envidiosa de la primavera, recolectora de
colores, amante de las armonías del bosque. No obstante, si como
Juan Ramón ─en la búsqueda esencial del nombre de las cosas─
tuviera que desnudarla, jamás le arrancaría las alas.

Desvestiría mi poema, pero solo para dejarlo como esta mañana
virginal y detenida en los quiebros alados de mis vencejos, como un
océano de silencio en el que están suspensos por virtud y ventura
sus alegres trinos. Si ha de ser una poesía desnuda que sea aérea;
si ha de ser una poesía vestida que emule el afán amartelado de las
abejas mensajeras de almíbar.

Desvestiría mi poema, pero nunca abandonaré los ropajes del
abrazo. Descalza y vulnerable como voy, insistiré en dibujar los
brazos amigos en cada pequeña porción de cielo, entre adverbios,
epítetos e imágenes. Y así, peregrina en pos del círculo sagrado,
arcana huérfana y desheredada, preguntaré: «¿Cuánto de sauce
llorón y compasivo hay en el mundo? ¿Cuánto de ala?»


A vuelapluma


Aquí retomo el vuelco de tu abrazo
a la vuelta de la tarde amortajada
y el vuelo de tu voz a vuelapié
en la plaza de creciente a llena.
En el gesto dilatado,
los votos de ternura esférica
que a vuelapluma renuevas en el pasillo.


Al giro de la nada inconmovible
germinan los abrazos
con vocación de estanque.
Tu verano y el mío que son dos,
prestan sus frutas dulces
a Juno, pronta, pérfida y celosa
que le arrebata al mar nuestros amigos.


Insoportáblemente viva en mí


Al borde de tus ojos bondadosos,
en la línea oblicua de tu risa,
en la redondez plena de tu nuca.
Sobre ti, tú, dilecto entre los hombres.


En el resquicio erótico que evocan
tus dedos, sendas romas de tu rastro.
En el destello invicto de tus dientes,
insoluble arco iris de la tarde.


Sobre ellas, corvaduras predilectas,
construyo al sol concupiscente y cálido
un castillo de nubes enceladas,


que el viento insoportáblemente vivo
en ti, deshace hoy en entelequia;
insoportáblemente viva en mí.

Los votos de ternura esdérica

Cuadranta

Autor: Elena Krause

Idiom: Castellano

ISBN 978-84-10397-06-4

Páginas 66
Ancho14 cm Alto21 cm
Fecha publicación13-11-2024

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