—No hacemos repisas.

Así, groseros. Yo buscaba una repisa de mármol, pero las marmolerías recomendadas solo hacían lápidas. Un marmolero, más amable, me dijo:

—¿Sabe donde puede conseguirla? Donde el Mocho— y me direccionó. Llegué fácil. Él estaba frente a una placa de mármol, más que mirándola, interpretándola. Por manos tenía prótesis como cubiletes invertidos, equipados con pinzas. Lo saludé, no respondió. Cuando iba a hablarle me calló con un gesto y ordenó:

—¡Pincel 8, pintura!

El auxiliar tomó un pincel, lo sujetó a las pinzas y acercó pintura negra. El Mocho empapó el pincel, lo escurrió un poco, levantó el brazo y, humedeciendo varias veces la brocha, de manera perfecta escribió sobre la placa unos datos, en letra gótica, anticuada y fea para mi gusto. Como leyendo mi mente, me miró y dijo:

—Tampoco me gusta el Gótico Florido, pero la difunta era gótica y florida y, dirigiéndose al ayudante—. Terminá la placa.

Volviéndose a mi, siguió:

—¿Lo puedo ayudar?

—Primero déjeme felicitarlo —respondí. Es asombroso…

—¿Lo de las manos? —interrumpió—. No las necesito. Hago casi todo lo que hacía con ellas. ¿Cómo lo puedo ayudar? Pero, venga, nos conocemos, estoy seguro.

Me sorprendió. Soy bueno recordando gente, más si traen muñones.

—¿Perdón? —dije—. No me acuerdo. ¿De donde?

—En una tipografía, hace años. Yo era linotipista, usted necesitaba quinientas tarjetas, no sabía en que fuente hacerlas. Sin más clientes, pasamos la tarde mirando catálogos; compró cervezas y fritanga y escogió letra Broadway, fea, fea. ¿Cómo olvidar su generosidad? Soy Ernesto Ortiz.

—Soy Pablo Méndez. Ya recordé. Tenía razón, después la letra no me gustó. Pero usted tenía…

—¿Manos? —interrumpió otra vez.

—¡Qué pena! —me avergoncé.

—No importa. Revisemos lo que necesita mientras correspondo las cervezas.

Acepté. Dio dinero al ayudante, quién compró cervezas y empanadas. La repisa se definió en mármol negro, delgado. Ya en confianza por las primeras cervezas, pregunté:

—¿Cómo perdiste las manos?

—No las perdí, —sonrió— no soy tan descuidado. Me las cortaron. ¿Querés saber?

—Sí, contame todo.

—Pasó hace siete años. Necesitaremos más cerveza, ¿vale?

Asentí. Eran las seis de la tarde; el auxiliar compró un guacal con treinta cervezas, cerró el local y se fue. Nos acomodamos en un sofá y empezó:

—La tipografía moría, ya los computadores nos quitaban clientes, y mi jefe quebró. Marché al Chocó, a trabajar con un amigo que barequeaba oro en el río Bebará. Estuvimos tranquilos hasta que la guerrilla se adueñó de la región… Destapá otras, estas están vacías.

Destapé dos, le pasé una, con mano menos firme.

—Agarran las cervecitas, ¿no? Indagaron nombres, ocupaciones, todo… Cuando entendieron que éramos inofensivos, que yo era linotipista y pa´que servía uno, el jefe dijo: «Sabés de maquinas, tintas y letras. ¿Podés hacer folletos políticos?» Yo, asustado, contesté que sí podía. Ordenó conducirme al cobertizo de las máquinas que cedió el alcalde; debía escoger las que necesitara, hacerlas funcionar; había tinta y papel. ¿Otra cerveza, mi Pablo?

—Sí, —abrí otras.

—El jefe dictaba los textos —continuó, tomando un trago—. Yo tipiaba con Calibri dieciseis, no había más. La imprenta era manual, de palanca, plancha y rodillos metálicos, vieja pero funcionaba: «folletié» como loco. Cuando no imprimía, barequeaba con mi amigo, mi novio, decían ellos. Una guerrillera nos vigilaba, y debía informar si encontrábamos oro, pero hallarlo era tan raro que después de mucho trabajo teníamos muy poco, escondido. Vivíamos con lo justo, en el río manteníamos en calzoncillos o desnudos si lavábamos la ropa. La situación era soportable, pero eso iba a terminar.

—¿Qué pa pasó? —mi lengua espesaba de cerveza, y serví más.

—Un día encontramos oro. Zarandeando una batea brillaron pepitas, que parecían llenarla. Gritamos, bailamos abrazados. La guerrillera corrió, se emocionó, ya éramos tres bailando en el charco. Tal vez fueron los abrazos… nos dimos cuenta que estábamos desnudos y excitados. Ella se quitó la ropa, y nos dejamos ir. Nunca había estado en un trío, fue raro… fue rico…

Callé. ¿Oí bien, o estaba tan borracho que no entendí? Él siguió:

—Ya calmados ella se vistió, exigió el oro. Mi amigo le gritó que ese sexo era el más caro que había tenido, que ella, por fea, debía pagarnos. Se fue, furiosa; poquito después volvió con más guerrilleros. Nos apresaron, «Juicio sumario» dijeron. Declaró que queríamos violarla y que mi amigo iba a robar el oro. Ni nos dejaron hablar, sentenciaron: «Muerte pa´ ese, castigo pa´l impresor». Lo fusilaron. Suena feo, pero me alegraba de salvarme.

—¿Y te cortaron las ma manos? —tartamudeé.

—Lo propusieron, pero «Necesitamos sus manos», dijo el comandante, «reviéntenle los dedos». Con cuidado, para que las palmas no sufrieran, pasaron mis dedos entre los rodillos y la plancha de la imprenta hasta que la carne explotó. Me desmayé. Por orden del comandante otra guerrillera me cuidó, curaba los dedos como podía, aunque a los pocos días se gangrenaron, dolían mucho y apestaban. Me preguntaron «¿Querés vivir?» yo dije: ¡Claro! Entonces me cortaron las manos. ¿Ves la ironía? ¡Salvaron mi vida!

En mi borrachera recordé sus manos, eran grandes y fuertes. No tenía palabras, quería abrazarlo. De nuevo leyó mi mente:

—Dame ese abrazo cervecero.

Lo apreté fuerte. Me empujó un tanto, para liberarse, y siguió:

—Iba sanando, pero era un inútil. Me echaron: «Tienes ocho horas. Después, te matamos». Recuperé los gramitos de oro que teníamos escondidos y, pagando a un canoero, bajé por varios ríos hasta Quibdó, luego bus hasta aquí. Un ortopedista me fabricó estas prótesis, sirven para usar herramientas pequeñas. Con el manual de caligrafía los trazos me salen fácil, como caricias. Empecé marcando lápidas en otra marmolería de un conocido. Me va bien, pero no durará mucho… Ex linotipista, ex barequero, pronto excalígrafo fúnebre, jeje… ¿Qué más seré o dejaré de ser? —me dijo, ebrio, pero ¿Leyó mi mente una vez más?

Bebimos las últimas cervezas. Después, todo es muy confuso. Tal vez las pinzas escribieron sobre la piel…


Descubre más desde

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo