Carlos Horacio Díaz
Sus primeros años, los vivió en San Jorge, por ese entonces, un próspero pueblito del centro-oeste santafecino, en Argentina. Con quince años se radicó en Rosario para terminar sus estudios, lugar donde actualmente reside. Su vida discurrió entre la plenitud y el fracaso; entre logros intelectuales, artísticos y deportivos con medallas, diplomas y también derrotas, malas decisiones y pérdidas irrecuperables. Por simposios académicos, programas de radio,pasarelas de moda y filmes publicitarios, además de consultorios psicológicos y clínicas de neurociencias tratando de salir de una depresión que lo persiguió durante años.
Escribe desde su esencia. Su poesía está inmersa en el instante en lo que es, fue o quiso ser; entre el ayer y el mañana, atravesando el presente en toda su dimensión.
Su día transcurre entre el habitáculo de un utilitario dónde, detenido en los semáforos, escribe, dibuja, sueña o canta a los gritos baladas de Serú y su hogar dónde como dijo Marco Aurelio «lo hace un destierro y lo llama paz». Allí pinta; escribe o proyecta alocadas (pero criteriosas) formas arquitectónicas hasta altas horas de la noche. Ama lo que hace, a las personas que lo rodean sean conocidos o no, a Prevert y a Szymborska; a Fabián Casas, Louise Glück y Claudia Masín y se deleita con las voces emergentes. Casi siempre regala sus trabajos porque se considera pago haciéndolos. Su poesía es como su camino: la vida misma.
***
Tendiendo la ropa
Ayer mi hijo me dijo:
hoy hace nueve años
que se murió el abuelo.
Yo tendía ropa y pensé:
no recuerdo cuándo
murieron mis abuelos,
sólo una evocación,
el momento,
la angustia,
el banco en el medio
de una iglesia semi vacía
y el abrazo de mi tío.
Terminé,
me sobraron dos broches.
Me sorprende
todo lo que se puede revivir
haciendo una tarea tan sencilla
como tender la ropa.
***
Hungarito
Sentado en la punta de la cama
recuerdo cuando mi madre me decía:
sos un hungarito
y un gordinflón
así me lo decía,
¡y cómo no creerlo!
Por eso lloraba a solas
en el depósito.
Lloraba por el juguetito de plástico
que les hice comprar
en una fiesta del pueblo.
Lloraba por mis hermanos
que se quedaron en las carpas.
Lloraba por culpa,
comía para no llorar,
para no tener frío,
para que el cinto no me duela,
para no tener dominio de mi cuerpo.
Comía por miedo
para que nada me alcance.
ni mi padre
ni los pibes del campito
ni mi hermano gritándome
que era un vago.
Para que nada me alcance
como a los húngaros
que no tenían tierra,
no tenían mar,
no tenían comida
y no tenían paz
De allí me trajeron,
ellos son buenos,
me salvaron del infierno
y yo con mis caprichos
haciéndoles comprar
juguetitos de plástico
en la fiesta del pueblo.
Por eso seré juzgado
como a los niños de las estampitas
del padre nuestro
que rezaba para que no me peguen
y Dios que tantas veces
me bajó el pulgar
cuando ya no tenía fuerzas para resistir.
Escucho esa voz
que se mete como un eco en los huecos
que me dejan los recuerdos,
en la punta de la cama,
como una sentencia,
una oscura letanía
que me habla al oído
y me dice:
Podrás olvidar
el tiempo que hiciste
en la pileta de Ateneo
el diploma que te dieron
después de veinte años
y la familia que perdiste.
Que tuviste miedo,
que fuiste gordinflón
y que te asustaban las tormentas
Podrás olvidar todo
pero nunca olvidarás
que fuiste un hungarito.
***
Orzuelos
Tengo ciertos recuerdos
de la relación con mi madre.
Esporádica,
interrumpida por la distancia.
A veces le pedía
que me curara un orzuelo.
Sólo se podía con un
anillo de casamiento,
que afortunadamente
ella conservaba,
por más que su vida de casada
nunca fue muy agraciada.
Lo frotaba en su falda,
que por suerte también usaba.
Siempre surtía efecto,
sentía su protección.
Un cúmulo de emociones simples,
con la complicidad
de compartir
creencias extrañas.
***
La comida de las gallinas
Nona Balala en el campo
daba de comer a las gallinas.
Piii, Piii, decía nona,
y todas las gallinas se juntaban
a su alrededor.
Les tiraba maíz molido.
Las gallinas conocían el llamado
sabían que iban a comer.
Yo la miraba desde el alambrado.
Cuando Nona se iba,
hacía lo mismo,
Piii, Piii,
y todas las gallinas a mi alrededor
Me sentía grandioso,
entonces corría,
como un avión cuando despega
y las gallinas volaban junto a mí,
y sentía su miedo,
y el viento de sus alas en mi cara,
y su deseo de escapar.
Se parecía a una entrada triunfal
al mundo de la infancia
o ese deseo de escapar
de aquellas garras ocultas
***
Pienso en vos
Pienso en vos
la ropa se está lavando,
Argentina pierde en básquet contra España,
Central juega el clásico de local
y hoy vienen mis hijos a almorzar.
Pienso en vos,
el ciclo de lavado termina.
Es necesario que vaya a hacer compras,
que decida qué cocinar
y que tienda la ropa,
antes que el domingo me atrape
y se coma mis entrañas.
Pero no puedo,
mi energía está dispersa,
está sólo para pensar en vos
Estoy retrasado como siempre,
tarde
como mi vida,
tarde
como el tiempo de pensar en vos.
Resuelvo con angustia,
tarde,
como para elegir qué comer.
Voy al mercado
a comprar vegetales
tarde,
con la soga al cuello,
con el nudo en la garganta,
aunque me hago un tiempo
para pensar en vos
para cortar mi alma en pedacitos
con una trincheta oxidada.
Pienso en vos
cuelgo la ropa,
Llegan mis hijos,
almorzamos.
Uso el partido
para descargar emociones,
para dejar de pensar en vos.
Pero el partido termina,
la ropa se seca,
mis hijos se van
y la tarde empieza a caer.
Y todo el cielo
se me viene encima
y me oprime
me agobia
y entre los escombros,
tu silueta se desdibuja
en la penumbra de mi cuarto,
mezclada con los fantasmas
que habitan en la casa.