Conozco a Vero desde 2018. Nos cruzamos por primera vez en un concurso de relatos de viaje organizado por una plataforma de escritura. En ese entonces yo llevaba apenas unos meses desde que había comenzado a escribir y sentía que todo ese mundo era nuevo y maravilloso. Quería leer sobre escritura, hablar sobre escritura, pensar en la escritura y, por sobre todo, compartir mis pequeños proyectos con otras personas que se sintieran así. Cuando ingresé mi participación al concurso de viajes, el de Vero fue uno de los primeros comentarios que recibí y todavía recuerdo lo motivante que fue, especialmente después de leer su relato (que terminó por ser finalista) y pensar que a una escritora que estaba varios peldaños por sobre mí le había gustado lo que había escrito. Desde entonces no me he detenido. 

Y Vero tampoco.

Hace apenas unos pocos días (tal vez unas dos o tres semanas atrás), la editorial Cuadranta ha publicado la novela “Arena negra” de Verónica Avilés Calderón y ella me ha concedido el privilegio de escribir una pequeña reseña para Irredimibles.

Partamos por el principio. “Arena negra” es una novela que transcurre en Bali, escenario elegido por la autora para mezclar irremediablemente el destino de dos familias que a primera vista actúan como opuestos, pero que terminan encontrando puntos de comunión en algo más profundo que la cultura o las distancias geográficas. Esta es una historia de personas conectando con personas, con sus historias, dramas, secretos, soledades, sueños y compartiendo esos accesos de felicidad que, vistos en pasado, siempre nos parecen demasiado cortos.

La historia nos muestra a dos familias. Por un lado están Putra, Iriana, Angya y Malila, una familia balinesa humilde, donde el padre (Putra) se gana la vida haciendo de chófer para los turistas que visitan la isla. Por el otro, Paul y Natasha, un joven matrimonio norteamericano que va a pasar sus vacaciones a Indonesia con objetivos muchas veces contrapuestos. 

Si bien las meras diferencias culturales de ambas familias ya serían material suficiente para escribir una novela, la autora va más allá y decide mostrarnos las diferencias internas, las pequeñas heridas que cada uno hace en la vida del otro. Esas que a veces perdonamos sin mayores consideraciones, pero que a veces no cicatrizan del todo y con el tiempo se vuelven insoportables. Entonces el relato comienza a dejar su inocencia y, como el mar, se recoge y nos arrastra lentamente hasta llevarnos a lo más hondo y oscuro de sus secretos, hasta que esa arena negra de la orilla pasa a ser no más que un recuerdo agridulce de los sueños que tuvimos y de lo frágil que es la felicidad.

La novela se relata en tercera persona y nos da acceso al punto de vista de cada uno de sus protagonistas. En ese sentido, la autora juega bien con distintos registros, mostrándonos la inocencia a través de Angya, el menor, quien muchas veces hace preguntas que en forma inadvertida van remeciendo los cimientos de lo que es más seguro y estático, como es la familia, hasta pasar por Iriana, la madre, que nos habla en un comienzo desde el control para luego develarse la razón de esta necesidad que se ampara en un dolor antiguo e inexpresable.

Cada uno de los personajes de esta novela encierra un universo en sí y la forma en que están narrados nos permite ver todo su arco de evolución. En primera instancia vemos personajes encasillados en moldes genéricos de personalidad (la mujer materialista, la adolescente rebelde, la familia religiosa o tradicionalista), pero que, poco a poco, van transformándose, dejándonos ver que no se trata más que de una fachada y entregándonos acceso a una intimidad que se vuelve necesaria, sanadora. Es solo a través de esa reunión de opuestos, de deseos ocultos y secretos que estos personajes alcanzan su redención y encuentran que las diferencias no son más que barreras autoimpuestas, que lo que los une es algo más grande y fuerte que un lugar geográfico, las tradiciones, la religión o la comida. Es la experiencia humana misma. Eso es lo que me ha dejado este libro, una pequeña gran reflexión, un momento a orillas del mar mientras escucho  las olas romper y mis pies se encogen aferrándose a una arena negra que tarde o temprano se la llevará el agua. 


Mauricio Rojas

Escribo un poco para escaparme y otro tanto para encontrarme. También para llenar esos vacíos y poner en duda todo aquello donde se presuma certeza. Por último, escribo por contradicción, por impulso y por necesidad. En palabras de Lihn: “porque escribí estoy vivo”. Además de escribir, en Irredimibles coordino las publicaciones en Instagram.

3 comentario en “Reseña de “Arena Negra” de Verónica Avilés Calderón”

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