La memoria es un rompecabezas, pero incompleto. Para peor, modifica asiduamente la figura que muestra a guisa de modelo. Es un instrumento maleable, aún cuando pueda parecer que ciertos recuerdos gozan de la naturaleza del acero.

Entre las piezas de mi memoria hoy me encontré con las manos de Ramón:con su piel oscura, y a la par, tostada por el sol oblicuo de los altos paralelos patagónicos. Me estremecí al volver a sentirme aferrada por esa humanidad de corteza dura y motivaciones transparentes.

Se reprodujeron en mi cabeza algunos fragmentos desordenados. Diapositivas random con figuras de Ramón. Inconexas, fluidas, llenas de él. Sus manos sujetando el hacha, la leña. La fogata. El ascenso. La lluvia y el barrial. Su olor. Su risa mansa. O el silencio. Un millón de evasivas que me empujaron hacia él. Otra vez sus manos. En mi cuerpo.

Entonces, decidí internarme en la caja donde la memoria guarda sus piezas. Busqué partes que contuvieran Ramones: rostro, muslos, espalda, labios y acciones. La calidez de ese hombre de sonrisa amplia y cejas tupidas. El acabado conocimiento de su territorio. Su relato de inviernos arduos y nevadas sin finales. Su mirada en mis ojos claros, su cuerpo dentro de mí.

La escena del orgasmo fue interrumpida por otra pieza. La memoria puso en mi mano una ficha en blanco: el desenlace. Un no Ramón. Los días de esperarlo, en vano. De pronto me encontré ante un camino de migajas de evasivas que se juntaron en una hogaza de ausencia que quemaba.

Maldije a Ramón en cada pieza a través de los años, aún cuando su existencia no significara nada en mi presente. Maldije sus manos. Incomparables, capaces de talar un alerce o de sacudir mis ojos en sus órbitas. Maldije a ese Ramón animal que había poseído mi todo, un puñado de instantes.

Mi memoria buceó en las solapas del contexto y trajo las piezas de la Virginia que era: impulsiva, rebelde, idealista al punto de ser boba,culta y soberbia. Sonreí, frente a la forma de mi propio recuerdo.

Luego, en un resplandor,un fogonazo de lucidez. Comprendí. Las piezas describieron la trayectoria de Ramón,también la mía. Así el rompecabezas se tornó una imagen clara. Ramón vergonzoso por su falta de medios, por su conocimiento precario, su falta de mundo. Las piezas de su simpleza no cuajaban en los paisajes de mi aventura.

Ramón, sus manos,no había aparecido a buscarme, a tomarme,a machacarme contra el suelo. A chocarme contra mi propio deseo que gritaba.

En la imagen que tengo de mí por aquel entonces, las piezas de Virginia se llevaban el mundo por delante. Sin Ramón. No Ramón. El mundo menos Ramón ya no era el mundo. Y por eso lo maldije. Ramón había sido un límite conciso, doloroso e inesperado.

Tuvieron que pasar tantos años para que lo entendiera…. Mi orgullo había oficiado de cortina a la memoria. Había prevalecido el enojo a la humanidad. El desdén sonso a la realidad. Ramón había sido pureza y autenticidad. Jamás se creyó capaz de complacer o acompañar a aquella Virginia testaruda, arrogante, algo loca. Ni siquiera tuvo los medios ni los francos, para en plena temporada, dejar el trabajo y viajar a la villa. Para verme.

No se molestó en decirlo. En voz alta. Asumió que era mi manera habitual de despedirme. Un modo de abandonarlo sin ponerlo en palabras. Siento ahora que se me vuelven a mojar los labios con su boca, en el estribo del ómnibus que me despojó de Ramones. Las piezas de sus manos se arman como acero en mi memoria.

Ahora el recuerdo se ha vuelto grato. Un fracaso que deja de enojarme. Esta Virginia ya conoce de límites y achaques, de realidades y derrotas.

La memoria ahora muestra piezas de aquello que había dado por sentado. Figuras sobre las cuales no había regresado a hacer preguntas.

La memoria es una anciana, y como tal, impertinente. Hace lo que quiere, no se fija en los relojes.

Me puse a rebuscar el diario de viaje,de ese viaje. Ya no concuerda lo escrito allí con la nueva figura que muestra la memoria.

A falta de fotografías, cierro los ojos con fuerza, con ternura. Me aferro a la mirada de Ramón. Tomo sus manos en las mías. Viajo.


Victoriano Campo

Escribo para mantener a salvo los rudimentos de la cordura y recordar la certeza de lo efímero. Pensando en cosas absolutas pese a la fugacidad de la existencia. Persigo la tranquilidad, la calma y el equilibrio. Sé que los interrogantes más elementales permanecerán sin respuesta. Viajo herido de muerte, celebrando la vida.

2 comentario en ““Ramón” por Victoriano Campo”
  1. Victor, pues nada que ya no haya dicho antes… Qué me ha encantado y que es una bonita manera de conocer partes de ti.

    La memoria es una anciana,y como tal,
    impertinente. Hace lo que quiere, no se fija en relojes.

    No quiero olvidar nunca este texto.

Los comentarios están cerrados.

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