Si al menos se hubiera muerto de una vez…, pero siguió vivo y nos miró desde el suelo. Iba a decirnos algo y empezó a escupir sangre. Creo que se ahogó. ¿Qué habría dicho de haber podido?: “¡Llévenme a un hospital!”. Es que todo pasó tan rápido, oí el grito de Mariana y casi meto la mano, casi meto la mano y me habría tocado palear con los dedos amputados, y quizás después acompañar al gordo en la tumba que le cavamos. Me imagino mis ojos sin vida mirándole sus ojos abiertotes que no fui capaz de cerrarle. Tuve que enterrarlo de espaldas para no verle la cara mientras le echábamos tierra. Me dan ganas de ir a desenterrarlo y cerrarle los ojos. Tal vez lo haga. 

Nunca imaginamos que esto nos podría pasar, pues como éramos los malos buenos. No somos imbéciles, sabíamos que los demás lo hacían todo el tiempo, pero nos creíamos mejores porque no jalábamos el gatillo, y ahí estábamos Mariana y yo con las manos manchadas de sangre echándole tierra encima. Se nos rodó por la loma, no fuimos capaces de subirlo a la camioneta y lo arrastramos como pudimos y esa tierra tan dura, nos dolían las manos de tanto palear. Estábamos tan cansados que nos sentamos un rato donde alumbraba la luna a mirarnos las caras pálidas y los ojos rojos; ni me di cuenta de que aclaró. No decíamos nada y era mejor no escuchar lo que teníamos que decir, entonces Mariana suspiró y lo dijo: “Ya sabes lo que tenemos que hacer”.

Es que mataste al gordo, y era tu primo, John, por qué no habrías de hacérnoslo a nosotros, sigo oyendo el zumbido de la detonación en mi oído, Mariana dice que es psicológico, pero yo estaba más cerca. Si al menos lo hubieses enterrado tú…, además nunca le caíste bien a Mariana, te dije que dejaras de referirte a las mujeres como perras, ella misma te dispararía, pero aún no le han sanado las ampollas de sus manos. Vamos a perdernos por un tiempo y volveremos cuando las cosas se calmen. Lo siento, ¿cómo es que funciona esto? ¿Quito aquí y aprieto aquí? Adiós John. ¡Dios!, ¡no te apunté a la cara!, muérete, muérete ya. ¡Que te mueras!

Lana Oros


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Lana Oros

Un comentario en «Cuando las Cosas se Calmen, por Lana Oros»

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